Especulaciones


Decía el escritor Arthur C. Clarke, uno de los tres grandes de la ciencia ficción, que la tecnología, cuando es lo suficientemente avanzada, resulta indistinguible de la magia. 

Lo mismo se podría decir de la física, la psiquiatría, la neurología, muchos aspectos de la ciencia en general. Cuando uno se adentra lo suficiente, y alcanza los campos de la incertidumbre, como la famosa mecánica cuántica, o la investigación acerca del cerebro humano, es decir, entramos dentro de lo que no se ha demostrado o sencillamente no se puede demostrar, nos sumergimos prácticamente en un terreno que linda casi con lo mágico y desde luego con la especulación.

En este contexto, la pregunta que me formulo es: ¿cuál ha de ser el límite del escepticismo? Antes resultaba muy fácil. Bastaba con decir: No creo en lo que no veo. Pero por supuesto eso sería como decir que no creo en los electrones, en los protones, en los neutrones, en la dualidad onda-corpúsculo de los fotones, y sin embargo, se han barajado experimentos que demuestran la existencia de estos elementos. Así como otras experiencias que nos informan sobre la indemostrabilidad de determinados fenómenos.

Como el experimento de la doble rendija. Lo ponemos en funcionamiento y observamos un cierto comportamiento. Pero cuando nos ponemos a medir las magnitudes, como podríamos hacerlo con cualquier otro experimento, como cuando medimos la temperatura del ambiente, la humedad, etc., pero en este caso el flujo de electrones, resulta que su comportamiento cambia a otro completamente distinto. Esto es, el experimento muta en función de cómo lo observamos o analizamos. Parece magia pero es así, el observador influye sobre la constitución de la realidad. 

El escepticismo resultaba mucho más fácil cuando los fenómenos tenían lugar con independencia de nuestra presencia. Pero cuando sucede que no podemos analizar sin modificar, ser escéptico, y me refiero al sano escepticismo del estilo “Creo en algo cuando lo puedo demostrar, no creo en algo cuando soy capaz de demostrar que no es posible, y entre medias lo que cabe es investigar”, se hace mucho más complicado practicar esta postura. Desde luego uno llega a comprender aquello que señalaba Einstein acerca de la mecánica cuántica, sobre que Dios no juega a los dados. Es fácil entender el desconcierto ante lo que ocurre en el mundo subatómico. Aunque, como contrapartida, uno se vuelve infinitamente más abierto.

Los cual también es peligroso, porque se empieza a escuchar relatos pseudocientíficos, como las discusiones sobre lo paranormal, o eso que está tan de moda de los alienígenas ancestrales, y tan abierto se coloca uno que se llega a dudar de que ciertos fenómenos puedan ser posibles, o haya algo de verdad en ellos. 

Sin embargo, como he dicho, hasta que no pueda demostrar fehacientemente que son falsos y que no pueden darse, cabe la investigación.

Con este punto de partida solo me queda dar la bienvenida a “Especulaciones”, a estos cuadernos de divagación y elucubración. Manténganse a la escucha y hasta la próxima.

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