El temor a una vida larga


 En el siglo XIX la esperanza de vida en España no iba mucho más allá de los 40 años, y quizás ande exagerando. Hoy en día, y ya sí que no exagero, tenemos la segunda esperanza de vida más alta del planeta sobrepasando las ocho décadas. La generación de nuestros abuelos, y nuestros padres, probablemente sea la más longeva de la historia. Entre otras cosas porque no puedo constatar que la mía llegue a superarla. El futuro es incierto, y no es factible asegurar que nuestra generación, entre los treinta y cinco y los cuarenta y muchos, llegue a tanto. Toco madera.

Pero, suceda lo que suceda, sin hablar de posibles catástrofes como una guerra, el cambio climático, epidemia, etc., lo que sí que mi generación tiene en mente y guarda perfecta conciencia de ello es que perfectamente, valga la redundancia, podríamos alcanzar la avanzada vejez. Esto es algo novedoso. Es algo que algunos de nuestros padres han tenido, pero no nuestros abuelos. La conciencia de una vida larga, bastante más allá de la edad de jubilación.

A los ciudadanos del primer mundo nos acucian ingentes problemas sociales. Como la baja natalidad, el envejecimiento de la sociedad, el vaciamiento del medio rural, el paro juvenil. Achacamos estos envites comúnmente a cuestiones como residir en una cultura de masas, con un exacerbado individualismo y consumismo, sujetos al hedonismo como máxima.

En otras palabras, la generación de mis padres fue la última que creció con una alimentación sana, educada en el compromiso, en los valores familiares. Etc., etc.

En contraste, la mía ha enloquecido. El placer por encima de todo. Si no nos gusta, no nos place, no lo hacemos. Por otro lado, consumir, consumir, consumir; fiestas navideñas que son un hartadero de comer y de beber; viajar por viajar, poseer por poseer; y, sobre todo, la conciencia de que lo importante soy yo, yo, yo; es preferible tener gatos o perros antes que hijos, la natalidad está por los suelos pero no importa porque un hijo destrozaría mis expectativas; ese viaje que hacemos consumirá combustible y contaminará el planeta, pero para tres telediarios que permanecemos aquí, ¿qué más da?

Se achacan estos problemas, como he dicho, al individualismo, al consumismo, al hedonismo. Pero, ¿y si en el fondo también, o además, se halla la conciencia de llegar a tener una vida larga?

Este hecho actuaría siguiendo una doble vía, casi contradictoria. Por un lado, se retrasan los compromisos. Lo que antes se asumía de joven, como casarse, tener hijos, cada vez se acomete más tarde. Habrá quien dirá ante esto que se retrasan los compromisos por necesidad. La vida cada vez es más cara. Tener una casa en propiedad es más difícil, encontrar a la persona adecuada no es sencillo.

Pero, una ley que me acabo de inventar, mas que suena plausible, es que la sociedad funciona como la pescadilla que se muerde la cola. Los problemas sociales que nos acucian son resultado de lo que la mayoría de la gente quiere o busca. Porque, por un lado, como nuestra vida va a ser más larga, retrasamos los compromisos. Pero por el otro, como la vida se prevé más larga, buscamos una seguridad y contradictoriamente nos volvemos menos aventureros. Estudiamos, estudiamos, nos hartamos de estudiar, carreras, másteres y demás, en pos de un trabajo para toda la vida. En pos de obtener casa propia, piso propio, un coche, una seguridad. Con este fin somos capaces de embebernos años enteros en oposiciones sacrificando nuestros mejores momentos, o nos entrampamos en hipotecas de décadas. En la confianza de tener una vida larga. O en el temor a una vida larga. Nos atascamos en trabajos tediosos, frustrantes, que no nos gustan ni nos satisfacen, sin ser capaces de abandonarlos, en el temor de que nuestra vida va a ser demasiado larga, y no nos vayamos a quedar sin medios económicos acaso en la mitad o en el último tercio, cuando más difícil es encontrar trabajo.

La generación de nuestros padres, o quizás la de nuestros abuelos, fue la última que no antepuso, o no pensó, acerca de lo que sería de ellos cuando llegaran a viejos. La mía parece que ha enloquecido. Por un lado disfrutar, disfrutar y disfrutar. Pero por el otro, prepararse y prever para conservar los privilegios que poseemos hasta que seamos viejos y decrépitos.

Repito que es como la pescadilla que se muerde la cola. Lo que demandamos configura la sociedad en la que hemos de vivir. Podríamos subsistir con menos, de alquiler, tener hijos sin necesidad de una casa o una seguridad, educarlos como nos educaron a nosotros y no concebir que por ello somos menos por no haber viajado, o no haber ahorrado para comprar eso, porque al mirarnos en un espejo no vemos aquello que imaginábamos ser de niños o adolescentes, dejar los videojuegos a un lado, postularse por placeres sencillos. Sin embargo, parece que todo sea prepararse, porque algún día seremos viejos. Una casa a cuestas, un enorme equipaje que llevamos con nosotros, viajar por viajar porque cuando seamos mayores no podremos hacerlo. Sin pensar que cuando se acabe se acabó, y cuando hablo de acabarse me refiero a palabras mayores, a esa realidad que tratamos de ocultar por cualquier medio, dando igual cuando lo haga, porque nada nos vamos a llevar, porque lo que resta al cruzar el Leteo será olvido.

Mas como si lo que nos moviera fuera el temor a una vida larga.

Claro que esto no son más que especulaciones.

Comentarios

Entradas populares de este blog

Una decisión

Determinado

Tres monasterios portugueses