Tres monasterios portugueses


 Se siente el último semáforo antes de salir de la ciudad con alivio. Como una barrera que se traspasa, una liberación. Cuando se dice último semáforo se comprende igualmente la última rotonda, el último cruce, la última circunvalación, el último atasco. En cualquier caso es como una señal, directamente dirigida al sistema límbico, para relajar los músculos y segregar endorfinas. Adiós a las reglamentaciones, a la arbitrariedad; a los sinsentidos, a la cerrazón de mente y de espíritu. Hola a los espacios abiertos, a la carretera, a la reflexión. A la vorágine de las espadañas en la lejanía y los paisajes en fila.

Para este primer periplo me concentro en Portugal. La fecha, agosto de 2023, el lugar en concreto una zona que voy a denominar como de los tres monasterios portugueses. Precisamente por la presencia de tres monumentos, con la categoría de Patrimonio de la Humanidad, en un radio de menos de 100 km. Me refiero al monasterio de Batalha, al de Alcobaça y al convento de Cristo en Tomar. A estos destinos acompañan otras posibles irrigaciones dentro del triángulo que forman, o muy próximo a él, como el casco medieval de Óbidos, las grutas de Mira del Aire y de la Moneda, el castillo y la ciudad de Leiria, el centro de interpretación de la batalla de Aljubarrota, el santuario de Fátima, la península de Peniche y las cercanas islas Berlengas, o la playa de Nazaret. Y seguramente me deje más de una cosa en el tintero. 

La primera recomendación, a título práctico, consejo que daré cada vez que me adentre en Portugal, es que merece la pena pagar peaje en las autopistas. Sobre todo cuanto más nos alejamos de la frontera con España. 

Tiene que ver con una cuestión de densidad. En las proximidades de la frontera, especialmente en una región como el Alemtejo, los pueblos y ciudades se hallan a 10 o 20 kilómetros entre sí. Entonces es muy cómodo ir de villa en villa conduciendo por las vías regionales y comarcales sin tener que meterse en autopista. A diferencia, cuanto más nos acercamos a la costa, y no me refiero a los últimos 20 kilómetros, sino a una franja que llega alcanzar los sesenta u ochenta kilómetros tierra adentro, el territorio portugués se vuelve una casi ininterrumpida rururbanización. La rururbanización es un concepto urbanístico que se refiere a los límites de la ciudad donde no se sabe donde acaba lo urbano y donde empieza el campo. Esto es, una dispersión de casas, urbanizaciones, áreas comerciales y polígonos industriales, entremezcladas con granjas y tierras de labor. Pues en Portugal esta condición ocupa una buena parte del territorio, con los edificios que se disponen a lo largo de las vías, con salidas y accesos a los mismos, de tal modo que la velocidad permitida no suele superar los 70 u 80. Y, por si fuera poco, hay que contar con las aldeas, que han de comprenderse como ensanchamientos de la rururbanización cada cuatro o cinco kilómetros, cada una con su semáforo y su control de velocidad. En resumen, conducir fuera de las autopistas multiplica el tiempo de viaje y apenas se ve mejorada la calidad del paisaje. 

Ahora bien, otro aviso necesario antes de partir es que algunas de las autopistas de Portugal son de peaje electrónico. Me explico: no hay cabina ni taquilla en la que pagar, sino directamente unas cámaras que toman la matrícula. Por ejemplo, en torno a Leiria hay una de estas. En este caso, para comportarse como buen ciudadano sin que te llegue después la sorpresa a casa, lo mejor es meterse en la página de Portugal Tolls y contratar un método de pago asociado a la matrícula o, en detrimento de Internet, ir a una oficina de correos portuguesa y comprar una tarjeta. 

Dejando atrás lo más prosaico, es hora de concentrarse en los destinos. Comenzando por las postrimerías, hablar de Peniche. Ciudad costera embutida en una pequeña península. Turística. Se percibe en la distancia como un congregado de edificios de apartamentos. Lo más interesante es bordear la línea de costa y, sobre todo, ir al extremo occidental. Allí no hay tanto edificio alto y antiestético y se puede observar el faro. Tambien las formaciones rocosas dotadas de formas caprichosas en torno a los acantilados, y en lontananza el archipiélago de las Berlengas. Las islas Berlengas son pequeños islotes a poca distancia de la costa en el Atlántico, en los que no creo que viva casi nadie, si acaso un faro y un puesto militar, pero con visitas diarias en ferry. En temporada alta hay que reservar con antelación puesto que las plazas se agotan enseguida, por eso no puedo hablar mucho de ellas, comentario que reservo para otra ocasión. Sí que los folletos anuncian restaurantes y tiendas, así como cuevas, acantilados y fauna marina como atracción.

Siguiendo por la costa tenemos Nazaret. Cuenta con la particularidad de que en determinadas épocas del año, debido a la presencia de un cañón submarino que conduce a ella, recibe las olas más altas del mundo. No llegué en la época de las olas, y es una ciudad aún más turística y masificada que Peniche, por lo que fue llegar, ver el atasco de coches que pugnaban por encontrar aparcamiento, y marcharme.

Entre Peniche y el primero de los monasterios se halla Óbidos. Este es un nombre bastante conocido. Dentro de las referencias y recomendaciones turísticas que los visitantes en Portugal suelen hacer, destaca Óbidos. Una villa medieval muy bien conservada, con su muralla perimetral, su castillo donde se encuentra la Pousada (para quien no lo sepa las pousadas son el equivalente a los paradores en Portugal), su entramado de callejuelas, sus casas bajas al estilo tradicional portugués con sus llamativas chimeneas, los paramentos encalados de blanco con los marcos de puertas y ventanas en piedra, y los grandes edificios públicos y palacios, de compostura similar a las viviendas familiares, con la diferencia de que en tamaño resaltan sobre el resto y en las cercanías suelen disponerse las plazas empedradas con fuentes ornamentales. 

La visita a Óbidos es muy recomendable, especialmente a la hora en que yo la hice, entre las 8 y las 9 de la mañana, sin calor y todavía sin masificaciones turísticas en las rúas. La fama la tiene bien merecida. Sin embargo, aunque es un recorrido gratificante, personalmente no me sorprendió. Quizás porque el estilo medieval portugués de combinación de murallas con caserío, con palacios, con plazas, empedrado y trazados tortuosos, ya lo he contemplado en otros emplazamientos. Enumero: Elvas, Évora, Marvao, Monsaraz… Lugares todos mucho más cercanos a la frontera con España y que me son más accesibles. En otras palabras, si estáis por la zona Óbidos es una visita ineludible, pero desde luego hay localizaciones más cercanas antes que acudir exclusivamente para recorrer Óbidos. En definitiva, cabría completar con otras experiencias.

Lo cual es perfectamente viable y factible en el área. Variedad no falta. Por ejemplo, el primero de los tres grandes monasterios portugueses a hablar hoy, el de Alcobaça. A mi juicio el menos interesante de los tres, pero no por ello que deje de resultar maravilloso. Destaca la visión monumental del monasterio desde la plaza, con la imponente fachada de la iglesia en el centro, de estructura gótica, pero con decoración renacentista y barroca. Destacan las cocinas. No dejen de visitar las cocinas, con las inmensas y altísimas chimeneas, y los paramentos recubiertos de cerámica vidriada que reflejan la luz con evocaciones iridiscentes. El recorrido se completa con los claustros de estilo gótico.

El segundo de los monasterios es el de Batalha. Este monumento sí creo que podría llegar a justifica una visita ex-profeso. El monasterio de Batalha es monumento Nacional portugués con mayúsculas. Se comenzó a erigir para conmemorar la batalla de Aljubarrota en 1385 en la que Portugal consiguió seguir siendo independiente de Castilla. De ahí que fuera una de las joyas de la corona, que los reyes portugueses durante dos siglos dedicaran tantos esfuerzos y capitales a su construcción. En algunos manuales de historia de arte he leído que, debido a los contactos con Inglaterra, presenta influencia del gótico perpendicular inglés. Esta referencia engaña. Miras hacia arriba buscando las bóvedas de abanico tal como las encuentras en el King’s College de Cambridge. Y no. Más bien bóvedas de crucería corrientes. Quizás la influencia del gótico perpendicular se vea en las celosías de cierre de los claustros. 

En todo caso, más que pararse en una disquisición sobre bóvedas de abanico o no, alabar las proezas. Como la iglesia, de gran altura y magnitud, que se ve y sobresale desde la carretera, más alta y portentosa que muchas catedrales. Como los detalles. El monasterio de Batalha tardó en construirse dos siglos, y en su última etapa bebió del estilo manuelino, esto es, del gótico flamígero portugués, con profusión de decoración a base de sogueados y elementos que imitan motivos marinos y vegetales. Y, fundamentalmente, las capillas imperfectas. Como su nombre indica las capillas imperfectas es una construcción inacabada, donde se puede ver la entrada, la planta baja, y el arranque de la segunda, pero a la que le falta la culminación en forma de cúpula y techumbre. Aparte, se encuentra situada en una zona no muy habitual por detrás del cabecero de la iglesia. Sin embargo, sus dimensiones son espectaculares. Solo mencionar la entrada. Ver esa entrada rememora a las grandes puertas de Constantinopla. Te hace tararear mentalmente la melodía de Mussorgsky al abrirse las grandes puertas de Kiev. Te hace sentir pequeño. Abres la boca como pocas veces lo he hecho, por ejemplo como la primera vez que vi la Sagrada Familia de Barcelona, cosa que creo que no volvería a hacer. Solo por eso merece la pena hacer el viaje, recorrer la distancia que sea. La entrada ocupa casi todo el muro, cuestión que no es exclusiva de las capillas imperfectas, sino que es un detalle que también contemplé en la iglesia del castillo de Leiria aunque de manera más modesta. Pero en este caso hay que complementar con la exuberante decoración. Y esto es solo el principio. El resto del edificio queda más allá. 

Como he dicho, Batalha es una localización para acudir ex-profeso. También es un buen punto en el que aposentarse y fijar el cuarte para seguir visitando los alrededores. 

Por ejemplo, cerca tenemos un destino de referencia mundial como es el santuario de Fátima. O la ciudad y el castillo de Leiria. O el escenario de la batalla de Aljubarrota. 

O también referir sobre las grutas. Cerca de Batalha se encuentra un gran macizo calcáreo, esto es, de piedra caliza, el más grande de Portugal. Y, puesto que nos hallamos ante piedra caliza, proliferan los fenómenos kársticos, en forma de grutas, pero también de algo llamado “poljé”. Un poljé es una gran depresión kárstica. Se asemeja a un valle. Llegas allí y lo ves como un inmenso valle. Pero hay una diferencia. Un valle es longitudinal, avanza con el río que lo recorre descendiendo por la pendiente. Un poljé por contra en una zona hundida completamente delimitada por todos lados. Lo pueden imaginar como un gran agujero, tan grande que a simple vista se ve como un valle, pero no lo es. No se ven ríos en superficie. La pregunta es, si se trata de un gran hoyo, ¿por dónde sale el agua cuando llueve? Se filtra en la tierra. Como he señalado no hay ríos en superficie sino que las corrientes son subterráneas. De ahí hablar de las grutas. Hay dos, la de Mira del Aire y la de la Moneda. La más grande y espectacular es la de Mira del Aire. Al adentrarte lo primero es un gran descenso, creo recordar que de más de cincuenta metros; posteriormente un recorrido más horizontal por una gran galería. Se pueden contemplar las formaciones típicas. Estalactitas, estalagmitas, pilares kársticos, formaciones en abanico, etc. No puedo decir que sean más espectaculares que otras grutas que haya visto. Sí que estas cuevas destacan por dos detalles. Primero por el agua. Cuando las visité era agosto, para colmo en plena sequía de años. Y sin embargo, las cuevas con más agua que haya contemplado. El agua fluía por la superficie de la roca, caía por las estalactitas. No gota a gota, como los aficionados a las grutas estamos acostumbrados a contemplar, sino en cascada, un reguero continuo. El segundo detalle es la galería final. El último tramo es un recorrido por un enorme pasadizo circular, de cientos de metros de largo, y de sección tan grande como el agujero de un túnel de metro. No obstante, no excavado artificialmente, sino absolutamente natural. En este último tramo apenas se ven estalactitas o estalagmitas, o más bien su presencia queda en segundo plano ante la magnitud de la oquedad. Como horadada por un gran dragón, por un gusano de arena de Arrakis que se adentrase en la montaña. 

Regresando a la luz de la superficie queda un último monumento que comentar. El tercero de los monasterios, el convento de Cristo en Tomar. Desde el punto de vista artístico puede parecer menos interesante que el de Batalha. Tiene su valor, por supuesto. Sus detalles de gótico manuelino, como el gran busto debajo del ventanal en la cabecera de la capilla por fuera, como un tritón, un dios del mar atrapado entre cuerdas. O qué decir del soberbio claustro de estilo renacentista. Otro momento del viaje en el que la boca forma una “O”. Por la sorpresa de encontrarte una construcción de este estilo. Como si hubieran arrancado el templete de San Pietro in Montorio de Roma y lo hubieran depositado en el centro de Portugal. Por supuesto, exagero. Pero poco. El claustro al que me refiero es cuadrado, no un templete circular. Pero uno queda apabullado ante la magnitud del monumento, el orden majestuoso, la semejanza a un enorme esqueleto de piedra donde no falta nada, no sobra nada, conformado a base de formas geométricas puras que se combinan de manera armoniosa. Despuntar los detalles de las escaleras circulares embutidas en cilindros en las esquinas. Mejor no describirlas, hay que verlas. La única pena es que ya no se puede subir por ellas para ver la azotea.  

Con esta última frase revelo una cosa. No es la primera vez que visito el convento de Tomar. El resto de emplazamientos, Batalha, Alcobaça, Peniche, Óbidos, sí. Pero con Tomar repito. La primera vez que oí hablar del Convento de Cristo en Tomar no fue en una guía de viaje. Sino en una novela. “El péndulo de Foucault”, del gran Umberto Eco. El libro trata sobre misterios, sobre enigmas de la historias. Como los de los templarios. Ahora señalar un dato. Quien más y quien menos sabrá acerca de los templarios, una de las órdenes militares en el horizonte cristiano más poderosas de la Edad Media. Acumularon ingentes riquezas y fueron objeto de numerosas enemistades, hasta que la orden fue disuelta en 1312 por el papa de Roma presionado por el rey de Francia. Sin embargo, en algunos países de Europa los caballeros templarios siguieron funcionando bajo otros nombres. Como bajo la denominación de Orden de Cristo en Portugal, con sede en el convento de Cristo en Tomar. Por lo tanto, estamos hablando de una de las últimas localizaciones de los caballeros templarios que perduró hasta el siglo XVII como poco. 

Quizás este es el mayor valor del Convento de Cristo. Su singularidad, el misterio. No digo que el visitante vaya a resolver muchos enigmas recorriéndolo, pero sí que se va a imbuir de una atmósfera digamos especial. Quizás el convento de Cristo no ostente tanto valor artístico como el monasterio de Batalha. Pero algo voy a decir. De los tres es mi preferido. Es el más divertido, el de mayor tamaño. Te puedes perder entre sus claustros. Puedes recorrer la infinidad de largos corredores y patios, y darte cuenta de una cosa, algo que no sucede en los otros dos monasterios. Que ningún rincón es igual a otro. Cada claustro es especial. Gótico, renacentista, de distinta altura y composición. Cada pasadizo, cada escalera, presenta su matiz propio. Y eso es lo que lo vuelve enigmático y misterioso. No por la presencia de los templarios allí en el pasado. Sino por la infinidad de recovecos y de posibilidades. Para ir de un punto a otro no hay un camino prefijado, sino que puedes optar por varias vías, y en cada senda hallar detalles distintos. 

Lo único señalar que si han de visitarlo lo hagan cuanto antes porque, como todo, la afluencia turística amenaza con estropearlo. Mas que por la masificación, por las reformas que están acometiendo para atraer a más masificación. Cuando me acerqué este verano estaban limpiando la patina de la piedra de siglos. Así como han prohibido subir a la azotea del gran claustro renacentista. Así que dense prisa, porque lo políticamente correcto, en este caso aplicado al turismo, está haciendo de las suyas. 

Aunque claro está que esto pueden ser no más que especulaciones. 

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