Una decisión

No viene al caso pero me hallo ante una de las disyuntivas más difíciles de mi existencia. Según las vidas de filósofos que estoy leyendo últimamente (Tiempo de magos, Eilenberger), me ha tocado el momento de escoger entre elegir y decidir. Mejor dicho, entre una elección y una decisión. Parecen sinónimos, pero no lo son. Por lo menos, en el alemán, de donde proceden los términos originalmente, de tal modo que elección y decisión son los vocablos escogidos para traducirlos al castellano, debe haber una acepción que separa ambos conceptos.

La elección es un hecho convencional, racional. Nos encamina dentro del modelo de vida que nos hemos marcado, o nos han marcado socialmente. Walter Benjamin pone de ejemplo el matrimonio burgués, la sociedad burguesa. Desde que naces tus padres, y la etiqueta de clase, tienen escogido un camino para ti. Te crías, te educas, vas a la escuela, obtienes unos títulos académicos, te casas, aprendes una profesión, desarrollas esa profesión, tienes hijos, los crías, envejeces, te mueres. La elección es algo que te dirige a a unas pautas de actuación prefijadas, a un estilo de vida que se ha comprobado como eficaz y es lo socialmente aceptado. 

Por su parte, Ernst Cassirer emplea otra expresión para definir este encasillamiento: “Función simbólica”. Nuestra vida se rodea de mitos y de símbolos de lo que debemos ser, lo que hemos de aspirar a ser. Como haber nacido en el seno del pueblo judío, de la nación árabe, de la ortodoxia cristiana, de la sociedad burguesa… Nos vemos absorbidos por las preexistencias míticas que nos encaminan a comportarnos de un determinado modo. Preexistencias míticas del tipo: “Somos el pueblo designado por Dios”, “Nuestros padres y abuelos ya actuaban así”, “Hay que obrar de esta manera porque socialmente es lo correcto”. La elección es todo aquello que haces para seguir de un modo u otro hacia lo seguro, hasta el estilo de vida que te asegura la supervivencia y la estima social. 

En otras palabras, la elección está exenta de angustia, en el sentido existencial de la noción. No estoy del todo seguro en lo que voy a decir pero creo que la distinción entre elección y decisión viene de Kierkegaard, y de ahí la tomaron Benjamin y Heidegger entre otros. La decisión, frente a la elección, presenta una componente existencial. Cuando se toma una decisión la persona adquiere conciencia de su existencia, de lo frágil que es, de los peligros que entraña optar por una vía o por la otra. Y surge la angustia como el resultado de la desazón que implica no saber cómo se va a acabar. Cuando se toma una decisión es como arrojarse al vacío, como romper la plataforma que te soporta sobre las aguas procelosas del devenir. 

Walter Benjamin nos los explica de otro modo distinguiendo entre destino y libertad. Cuanto más fuerte es el destino, menos libre eres. O, cuanto más te dejas subordinar al camino impuesto, tus elecciones te guían a seguir una vida convencional, sin riesgo, siguiendo el hilo forjado por la tradición, simplemente por interés. 

En este sentido, Benjamin me recuerda a otro autor que plantearía sus conceptos cuarenta o cincuenta años más tarde. El francés Gilles Deleuze habla del Deseo, que ha de venir de dentro, no de las circunstancias. Solo cuando seguimos ese anhelo que surge de las entrañas, de nuestros adentros, y no condicionado por ninguna instancia externa, somos realmente sinceros con nosotros mismos.

Equiparando a ambos autores, entonces la decisión ha de entenderse como aquello que proviene del Deseo. Benjamin expone como ejemplo una pareja adolescente que prefiere fugarse y vivir en la pobreza frente a casarse por interés. 

Sin embargo, hoy en día sabemos que el amor es transitorio, o al menos la pasión de los primeros meses, que el enamoramiento ha de comprenderse como un rapto hormonal, que entontece y engaña al cerebro, casi como un droga, cuyos efectos al poco tiempo se pasan. Asimismo, sabemos que ningún pensamiento que podamos albergar proviene enteramente de nosotros mismos, sino de hechos asimilados desde el entorno. Incluido lo que alberga nuestro subconsciente, procedente de traumas y de experiencias pasadas que se han ido recombinando y reformulando sucesivamente en el tiempo. Tal como en mi anterior entrada decía cuando especulaba sobre las connotaciones que forjan nuevas connotaciones. Entonces, ¿qué es eso del deseo como que proviene de nuestras entrañas?

Por otra parte, parece que tenemos la suerte de residir en una época, y en un panorama, donde no se nos exige seguir un hilo vital en concreto. No estamos obligados a contraer matrimonio, nadie nos pide tener hijos, incluso los jóvenes ya no ven el no tener empleo como un estigma social. Según las encuestas, los estudios sociológicos, prefieren ser felices a tener empleo, no ven el trabajo como una necesidad imperante, sino como un mal menor en función de las circunstancias.

Pero no nos engañemos, los fundamentos míticos siguen ahí, están ahí. De acuerdo que el ideal burgués de matrimonio bien avenido o de profesión fructífera parece que se desvanece o se disuelve, pero es reemplazado en su lugar por el consumo, el hedonismo. Hemos venidos para disfrutar, ese es el mito fundacional de los nuevos tiempos. O también el proselitismo. Únete a un partido, a un clan, a una facción, sigue las doctrinas de ese partido, ese clan, esa creencia, esa corriente de pensamiento, esa comunidad, esa afiliación. En definitiva cuentas, algo de lo que también debatía en la última entrada, la necesidad de una identidad. 

No hay ideal burgués porque hay demasiada población ya en el planeta para que incluso dentro de la burguesía haya un único ideal. En su lugar hay que hablar de identidad, de rol, de papel que ejercer dentro de la clase social burguesa, o en la que sea. 

Expresado con otras palabras. En el pasado, en el medievo, o incluso en el siglo XIX, los círculos sociales eran comunidades de población escasa y cerrada, y por tanto los marginados que se salían de la norma aceptada eran muy pocos, y habían de recibir precisamente ese calificativo, el de casos marginales, el de excepciones que confirmaban la regla. Pero cuando la población aumenta los supuestamente marginales también crecen en número, hasta ser suficientes para conformar sus propias comunidades dentro del círculo, y cabe hablar ya no de norma y marginación, sino de diferentes identidades y estilos de vida. 

Entonces, cuando Walter Benjamin parla sobre la decisión como de una opción que se toma que se contrapone al hilo argumental que impone la sociedad, a la función simbólica en palabras de Cassirer, o cuando Heidegger parlotea sobre el regreso al origen, a la cabaña, al habitar, o cuando Wittgenstein renuncia a la herencia de su familia para irse a vivir como maestro rural porque es más auténtico, te aparta de la elección que te lleva a lo seguro, a reproducir una vida como la sociedad quiere que efectúes, en el mundo contemporáneo cabría reinterpretarlo como la negativa a adoptar una identidad en concreto, o a que te integren en una afiliación identificativa.

Una manera de conseguirlo es a través de la filosofía, más bien del proceder filosófico que viene persistiendo desde Sócrates, consistente en un continuo hacerse preguntas, y en tratar de reflexionar sobre la respuesta, y al no conseguirlo redundar en nuevas preguntas. Como yo me las planteaba en la última entrada. ¿Cómo quiero vivir? ¿Cómo deseo que sea mi vida?

Pero algo en lo que tengo que mostrarme en desacuerdo con los grandes maestros es sobre esa relación entre elección y decisión de manera correlativa a racional e irracional. Sobre todo por cómo se comprende lo racional. Elección, elijo entre las opciones movido por mi interés racional. Decisión, decido dejarme arrastrar por mi deseo, como algo que proviene enteramente de mi ser. Ya he comentado que no creo en esa noción de deseo. El anhelar siempre queda empapado por las circunstancias. 

Hay una frase en una de las películas de la trilogía de Matrix que dice algo así como: “Nadie puede ver más allá de una decisión que no comprende”. Se nota que los hermanos Wachowski se empaparon de filosofía. Esta máxima puede ser la clave para comprender el envite que tenemos delante. Una decisión existencial es aquella cuya consecuencias no somos capaces de anteceder, y por eso sobreviene la angustia. Aún así, razono que no sería existencial, no nos invadiría la angustia, si no fuéramos capaces mínimamente de anteceder aunque sea que existe un riesgo y que puede no salir bien. Entonces, poseemos una cierta capacidad de predicción, detentamos aunque sea mínimamente un control racional sobre lo que puede salir bien o no. 

De este modo que tenga que disponer la diferencia entre elección y decisión no en términos de racionalidad o irracionalidad, sino de certidumbre e incertidumbre. Una elección es aquella opción que tomamos donde nuestra certidumbre es absoluta. Voy a escoger tal tipo de helado, tal tipo de comida, tal atuendo, porque sé que me va a gustar. Pero cuando se genera cierta incertidumbre sobre los resultados, es cuando se convierte en decisión. 

Voy a dejar de lado el ejemplo que propone Benjamin, basado sobre una novela de Goethe, sobre matrimonio de conveniencia o por amor. Derivo hacia algo más prosaico y moderno, y más integrado en la realidad contemporánea española. Optar entre un trabajo de por vida, o lanzarse a la vorágine e inestabilidad del panorama de la búsqueda de empleo en el sector privado. El ideal burgués se transforma. Tampoco se puede decir que sea completamente burgués, cualquier hijo e hija de vecino entre la clase media u obrera desea algo por el estilo. Un empleo en la administración pública, un trabajo para toda la vida como funcionario. Dejar esa necesidad cubierta, sacarse una oposición y lo que eso supone: la economía y un sueldo estable en la palma de la mano. Si has de preocuparte será por otras cosas. 

Ahora bien, ¿y si ese trabajo te hace daño? ¿Y si se cuenta con otras inquietudes que el quehacer diario no satisface, e incluso incapacita para acometer por falta de tiempo o por agotamiento? ¿Y si no estás de acuerdo con lo que te hacen hacer, con las prescripciones ordenadas por el politicastro de turno? Aparenta que Benjamin reflejara su disquisición sobre el interés en términos de economía. Aquello que me va a venir mejor económicamente y lo que no. Pero hay demasiadas facetas en la vida como para condensar la distinción entre elección y decisión en un tema exclusivamente de beneficio económico. 

Por un lado un trabajo estable para toda la vida pero que te deshace lentamente sin saber cómo se va a acabar, desquiciado, frustrado o incluso en el manicomio. Por el otro, perseguir lo que quieres pero con el riesgo de la inestabilidad laboral, asimismo que a lo mejor no es lo que quieres, sino lo que crees que quieres. 

En toda decisión hay una parcela de racionalidad, y otra de irracionalidad; de racionalidad porque aún de manera mínima sabes que existe un riesgo; de irracionalidad porque si al final optas por una opción o por la otra es por fe, o por una cierta creencia de que las alegrías pueden superar a las tristezas sin estar seguros en verdad de nada. 

Por esta razón tampoco entiendo el rechazo a la función simbólica, a las preexistencias míticas. Si una persona realmente se hace preguntas, las suficientes como para saber que incluso en el trabajo para toda la vida, o al seguir el rumbo que te marca la sociedad, existe una incertidumbre, continuar en ese hilo vital propio de la clase, o el amoldarse a una identidad, también es producto de una decisión.

Por lo tanto, no es que critique a quien adopta una identidad. Solo formulo que, o se trata de un descerebrado que se deja arrastrar de tal modo que no decide, sino que elige entre lo que le ponen por delante, o realmente se hace preguntas y sabe y acepta cuál es el precio resultante de acogerse a una etiqueta: la angustia.

En todo caso, no son más que especulaciones. 



 

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