La felicidad


 Andaba yo cabizbajo en el día de hoy cuando, visitando un conocido medio de tirada nacional, contemplé un artículo cuyo título rezaba algo así como “La clave de la felicidad”. Estando bastante desanimado, he de insistir en ello, pinché en el enlace. La verdad es que su lectura me ha dejado peor si cabe. Resulta que cerca de la mitad de la felicidad se halla en la genética, en si somos más bondadosos, olvidadizos, risueños, etc. Y la otra mitad es necesario reconocerla en la actitud.

Sobre esta segunda porción, un estudio de Harvard realizado durante más de setenta años, en el devenir de varias generaciones, concluye que las claves son: “Saber dejarse llevar cuando conviene”, y “mantener las relaciones sociales”.

Pues estamos listos”, me dije a mí mismo. Me niego a dejarme llevar, esa es la realidad. Cuando lo he hecho, porque convenía, me he sentido mal. Quizás no en el momento pero sí más tarde. Es decir, me he acabado sintiendo mal, hasta tal punto que el gozo que pudiera haber recibido de dejarme llevar me ha terminado sabiendo a hiel.

En esto he de concordar con lo que creo que era Sartre quien lo decía, “El infierno son los demás”. O aparte recordar el concepto de la angustia en Kierkegaard, cuando tomamos decisiones, y no sabemos acerca del resultado de dichas decisiones. O más bien nos hacemos responsables acerca del camino incierto al que nos llevará tales decisiones.

Haciendo mezcolanza de conceptos concluyo entonces que dejarse llevar puede hacernos felices siempre que no suframos angustia por la decisión de dejarnos llevar. O, mejor dicho, porque renunciamos a la responsabilidad inherente a tamaña decisión. Dejarse llevar entonces como dejar de pensar, dejar de sentir las consecuencias, que la responsabilidad la tomen otros, nosotros solo vamos a lo fácil. La culpa es de esa otra persona, la que ha tenido la iniciativa, la que ha ideado el plan, o el concepto, o la protesta, o quien ha figurado cómo hemos de comportarnos.

En la obra “Estupor y temblores”, de Amélie Nothomb, hay una escena perturbadora. No quiero destripar mucho el argumento. Solo mencionar que la protagonista trabaja en una gran empresa y en cierto momento por venganza de una superiora es destinada desde su escritorio a dedicarse a reponer el papel higiénico y las pastillas de los urinarios en los servicios. Sin embargo, encuentra felicidad en eso puesto que le permite no pensar, dejar la mente en blanco, dejar de existir.

No me han educado para eso. Y creo no ser así. Es más, me da miedo que este concepto de felicidad se extienda y concluir que lo mejor es dejar que sean otros los que piensen por nosotros. Como esclavos felices.

Pero, sobre todo, lo que me da miedo es la idea de si no habré de comenzar a cavilar si lo mejor no es acaso renunciar a la felicidad.

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