La pista de baile


 Hace unos años, la película “La Gran Belleza”, de Paolo Sorrentino, sobrevino como un zarpazo para varias generaciones de cinéfilos. La estética, los juegos de cámara, la manera de narrar, los contrastes entre la belleza artística monumental, la música minimalista, y por otro lado la fiesta desmadrada. Entre los diálogos banales y anodinos, y los temas existenciales.

En cuanto a mí, sonsaqué varias lecturas. Una de ellas que en la vida social hay un momento para todo. Para mostrarse digno, para ir a la moda, para mantener la compostura, pero también para perderla en la pista de baile. Que en la forja de la imagen social vale tanto la seriedad y el buen desempeño en el trabajo, como hacer el payaso y desbarrar, y que te vean, porque sobre todo es que te vean, ante la música de moda. Dejarse llevar, cada cosa en su sitio.

Lo de la pista de baile es todavía una asignatura pendiente para mí. Para una persona que considera las discotecas como uno de los tantos infiernos en vida, un antro con mucho ruido, mucha gente, apelotonamiento, hacinamiento y poca consideración, de joven acudía porque era a dónde iban mis amigos, y dónde iba a estar si no era con ellos; en la media madurez por la vana sensación de que se podía ligar. Pero siempre con la misma pregunta: ¿por qué vengo a estos sitios? ¿Por qué tengo que bailar si no me apetece? Siempre ¿por qué? ¿Por qué? Me era complicado dejarme llevar, con excepción de algunas melodías, pocas y cada vez menos frecuentes en las salas, que me animaban a moverme. Hasta que me harté de preguntarme y sencillamente dejé de asistir a las pistas de baile.

Así este apartado de la vida social se me escapa. Otro más, otra cosa que no cumplo.

Como no tener pareja. No es que me empeñe. Sencillamente, no surge. Nadie te obliga a tener pareja hoy en día, como en teoría nadie tiene que obligarte a bailar en la fiesta de navidad con los compañeros de trabajo. Pero uno no deja de tener la sensación de que está mal visto. O más bien que te hace ser infeliz. ¿Quién dice que no hay matrimonios felices? Vivo rodeado de personas con matrimonios felices. No sé si es mi trabajo, el lugar en concreto donde realizo mi función, mas sin personas divorciadas, felizmente casadas por años y décadas, o en trámites de casarse, con algunos problemillas, o problemones, pero que son capaces de sobrellevar sin romperse.

Quizás, como digo, mi entorno es especial. Pero voy por la calle y contemplo a pocas personas solas como yo. ¿Es que se esconden en casa? ¿O es que nos rehuimos y somos como imanes de polos magnéticos iguales que nos repelemos?

Estuve hablando hace poco de la posmodernidad. La verdad no existe, pero contradictoriamente, a falta de una verdad absoluta, muchos se esfuerzan por inventarse un discurso que tratan de imponer sobre los demás sencillamente porque lo sienten así. Frente a esto no dejo de preguntarme: ¿Por qué? ¿por qué? ¿por qué? ¿Por qué no tengo pareja a mis años? ¿Por qué no acabo de cuajar con mis compañeros? ¿Por qué no me dejo llevar en la pista de baile? Con lo fácil que sería concretar y concluir, tal como algunos se sienten trans de un día para otro, u otro gritan que han despertado y se conciben como “woke”, en un “No estoy hecho para tener pareja”, y se acabó. Ese es mi discurso, la mentira en la que basar el resto de mi vida.

En la Edad Media eran más sabios que nosotros. O estaban hechos para casarse, o se metían en un convento. O deambulaban por ahí en carromatos siguiendo a los ejércitos, en compañías de comediantes, o en las caravanas comerciales. A pesar de las limitaciones cada cual tenía su lugar en el mundo. ¿Por qué en la sociedad contemporánea no puedo meterme en un convento? ¿Por qué, sin tener fe, no puedo ingresar en los cartujos, en los dominicos, en los franciscanos, en los cistercienses? Siempre hay quien me dice: “No pasa nada por no tener pareja. Hay mucha gente sola”. Pero esas mismas personas, cuando finalmente afirmo que prefiero mantenerme solo de por vida, se asustan, miran para todos lados, y acaban señalándome: “Fíjate en esa. O en esa otra”. Toda la publicidad que nos envuelve, los libros de autoayuda. Todo lo que incita a la contradicción de que estamos mejor solos, pero sin embargo lo infelices que somos sin alguien a nuestro lado.

En Internet hay grupos sociales que dicen haber renunciado al sexo. Sin embargo, cuando ves sus documentales, sus escritos, sus testimonios, sus argumentos, no deja de sorprendente lo lógico de los mismos, como si renunciar al sexo fuera lo mejor que se podría hacer. Como justificándose. Hay algo que chirría. Como anuncios publicitarios engañosos hablando sobre lo maravilloso y lo idílico de su decisión, tratando de convencer a otras personas de su posición, más bien como pugnando por atraer a esas personas, como si en verdad no estuvieran satisfechos de sus vidas y su manera de llenar el vacío sea haciendo desgraciados a otros seres como ellos lo son. En definitiva, como sectas.

Por supuesto que esto es solo una especulación.

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