Posmoderno


Hace unos quince años, antes de la crisis, en los años del verano y la abundancia, me gustaba de declararme como posmoderno. Me atraía eso de que no existe una única verdad, lo importante es la interpretación, el discurso, la pluralidad de ideas, la multiplicidad de posibles eventos.

Claro que he de reconocer que yo tenía una versión bastante personal, particular, peculiar, de lo que era la posmodernidad. Por supuesto que existe en algunos casos una verdad, científica, empírica, demostrable, como que la Tierra es redonda, como que el ser humano es mortal, o que la velocidad de la luz es la que es y no otra. Pero me declaraba posmoderno en el sentido de que existen algunas realidades, dícese sistemas complejos, como el cerebro, la inteligencia, la sociedad, la ciudad, la historia… que no admiten una única verdad, sino que esta es múltiple o secuencial. Es decir, los fenómenos no se pueden explicar bajo una sola teoría, sino que en la combinación de varias que se yuxtaponen o se relevan en alternancia.

Entonces me declaraba posmoderno porque pensaba que esto era la posmodernidad. La pluralidad de ideas, la multiplicidad, sin existir una dominante. En definitivas cuentas, el concepto de la verdad compleja o verdad múltiple y mutante.

Por ello, me engañaba. Me declaraba posmoderno. Me ponía ese adjetivo, ese título, cuando no sabía en verdad lo que era la posmodernidad. No. Yo no era posmoderno. Estudioso de la complejidad, extasiado por aquellos tipos de sistemas que admitían soluciones contradictorias.

¿Y en qué consiste la complejidad? De manera resumida es difícil de definir. De momento, emplazando para futuros programas algo más extenso, decir que en el siglo IV a.C. Aristóteles impuso como axioma lógico incontestable aquello: “Dos sentencias opuestas no pueden ser ciertas a la vez”. Pues bien, como definición corta y bastante somera, los sistemas complejos son aquellos en los cuales se demuestra que la afirmación de Aristóteles es una solemne tontería.

Ahora bien, la posmodernidad no es compleja. Es una actitud, un paradigma, más no precisamente como yo creía complejo. Se basa en el relativismo moral, pero no tanto en la proliferación de ideas como que cada persona, cada grupo, concibe que es capaz por sí mismo y sin necesidad de ninguna instancia externa como la ciencia o la razón, que es capaz de llegar a una verdad, su posverdad, que es cierta en cuanto que él mismo, o ella misma, ha interpretado que es cierta. En definitivas cuentas, he comprendido lo que es posmodernidad. Lo importante es la interpretación, no la verdad. No importa si esta es múltiple. No interesa la verdad, sino lo que se me ocurre que puede ser verdad.

Lo he comprendido a base de palos, y a base de horrorizarme ante lo que voy a denominar: la dictadura de la ocurrencia. Lo veo a diario, en todas partes. Y es algo que me da mucho miedo. Una persona, o grupo de personas, por la simple razón de que sienten que algo tiene que ser de tal manera, sin demostrarlo científicamente, sin pararse a discurrir si es lógico o racional, únicamente porque en su fuero interno les hace sentir bien, les hace erradicar sus remordimientos, tratan de obligar a todo el mundo a pensar como ellos lo hacen. Lo contemplo a diario. Imaginen lo que voy a narrar a continuación. En el gobierno un político con ideas terraplanistas conviene con sus camaradas que a partir de ese instante hay que intentar que toda la nación estudie el terraplanismo obviando cualquier prueba empírica o modalidad de pensamiento alternativo. La tierra no es redonda, es plana como dicen los políticos porque así es como lo sienten, y a través de la soberanía del Estado imponen su convicción.

Habrá quien diga ahora que ando exagerando. A ningún político se le ocurriría imponer el terraplanismo. Pero la cuestión es que sí ha sucedido en Estados Unidos por ejemplo con el creacionismo. Y sucede con otros muchos órdenes de cosas, no solo desde la derecha y el fanatismo religioso, sino también y más aún desde la izquierda. Cualquiera puede ver los ejemplos si observa un poco.

Por lo menos, me consuela ver que no soy el único que presenta este tipo de temores. En los últimos tiempos contemplo reacciones ante la filosofía woke y ante la dictadura de lo políticamente correcto. Veo que algunos autores teorizan sobre cómo se ha llegado a esto. Como Alejandro Zaera que indica que es consecuencia de la posmodernidad. Ya he explicado la base de la posmodernidad. Lo importante no es la verdad, sino el discurso, la interpretación. Como corolario, puesto que la verdad no existe, o no es importante, cualquier hijo de vecino, cualquier mindundi, puede pensar lo que se le ocurra, concebir que así debe ser, e imponer su idea porque así lo siente y así lo interpreta.

En mi época, hace unos quince años, me consideraba posmoderno. Pensaba que posmodernidad era libertad. La inexistencia de un único discurso desembocaba en mares de opiniones divergentes, de sentencias contrapuestas, de mundos alternativos. Me divertía contrastando una idea y la opuesta, tratando de combinarlas y creando algo nuevo. Lo importante no era el discurso como la información.

Pero ya no sé qué pensar. Si la posmodernidad, si el dominio de la imaginación, ha desembocado en una dictadura de la ocurrencia y de lo políticamente correcto, tal que el el mequetrefe de turno rompe con la libertad e impone un discurso duro, puritano, y unívoco, me pregunto si no habré de responder, de resistirme, defendiendo un nuevo orden positivista y lógico.

Ya no soy posmoderno. Existen sistemas complejos, que admiten hipótesis contradictorias, que responden a verdades múltiples. Pero otra cosa es pervertir afirmando un único tipo de interpretación. Es curioso como son los tiempos. El positivismo del siglo XIX consistía en afirmar y reducirse a los axiomas básicos demostrados empíricamente. En el siglo XXI hemos de enunciarlo de otra manera. Para ser positivistas no basta con concretar. Incluso resulta contraproducente. Más bien el positivismo consiste en investigar y proponer, una investigación que nunca concluye ni termina porque, aunque existe una verdad, está sujeta a cambios.

 

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