La masa intermedia

 


Como nacido en Iberia tarde o temprano tenía que hacer mención a El Quijote. Quizás con demasiado atrevimiento cuando lo introduzco al lado de otras franquicias, en este caso de tebeos, más allá de lo novelesco, como son Mortadelo y Filemón, y Superlópez. ¿Qué tienen en común? El caballero de la triste figura con los dos agentes de la TIA y con la respuesta a la pregunta de cómo habría sido Superman de haber caído su nave en España, alguien con superpoderes pero recibiendo más palos y sinsabores que triunfos. Se ven ciertos paralelismos, algunas correlaciones. Son obras que alguien calificaría del género paródico. Chanzas y tratamiento humorístico sobre grandes mitos como los caballeros andantes, los agentes especiales o los superhéroes.

Ahora bien, yo no lo llamaría parodia. Se refieren como he dicho a géneros definidos, de personajes glamurosos, de mundos idílicos, de valientes y galantes guerreros que deshacen entuertos, agencias de espionaje que defienden contra los maleantes, o buenos chicos con facetas ocultas de superhéroes salvando al mundo y a doncellas en apuros. Pero, claro, estos géneros llegan a España, y a los autores, que han nacido y vivido en un entorno donde prepondera el realismo, les hace rascarse la cabeza. El mundo no es así, la gente no es así. Estos géneros sencillamente no cuajan con la idiosincrasia común de las cosas. Los aldeanos se burlan de los caballeros andantes, las oficinas y agencias campan de mal genio, falta de medios, disputas y equivocaciones, o si un superhéroe ha de esconderse bajo una identidad, lo más probable es que sea la de un mindundi explotado por el jefe, bajo el escrutinio de los pelotas y envidiosos.

En definitiva, no es tanto parodia como confrontación de lo idílico con la realidad. Existe algo que algunos podrán tildar como plebe o vulgo, aunque por mi parte prefiero emplear otra denominación como masa intermedia. Cuidado que no me refiero a la clase media. Sino masa intermedia. Formada por ricos, pobres, supervivientes, trabajadores, vagos, maleantes... Se puede definir como la gran mayoría de la población cuyo principal objetivo diario es resolver sus necesidades económicas, tanto imprescindibles como la comida, la ropa, o el cobijo, como las sobrevenidas como el ocio. En otras palabras, es la gran masa que trata de sobrevivir, persistir, mantenerse, vivir. Con tanto tropel de personas tratando de sobrevivir al unísono en el mismo espacio, la masa intermedia se forja por autoorganización, se construye en el equilibrio entre todas las trayectorias personales, fijando reglas y normas sociales, qué es admitido y qué no con el fin de llegar a una concordancia de las necesidades y deseos individuales de todos los individuos. Es productora de desigualdades e injusticias, pero también de equilibrios en el sentido de que al menos cada individuo acoge un lugar en el mundo, a modo de especie de un ecosistema.

La masa intermedia, en otras palabras, es aquello que hace que Don Quijote sea un incomprendido, y que frustra a Superlópez. Parece acoger en este sentido un sesgo peyorativo. Mas la masa intermedia no es negativa, es simplemente la realidad. Un ecosistema que acoge a todo el mundo, aunque no como a todo el mundo le gustaría. Porque por una parte están las supuestas reglas aceptadas moralmente, y por otra la doble moral, los resquicios, la complejidad. No es negativa. Es, sencillamente, la realidad.

La parodia, o supuesta parodia, lo que ejerce es un reconocimiento, una descripción de la masa intermedia, por medio de un personaje que bien podría ser un extraterrestre, como un Gurb, que se adentra en un ámbito que no comprende. Es una manera cabal y consecuente de abordar el tema de la masa intermedia. Otras opciones abogan por el escapismo, ignorar que existe como hacían los libros de caballerías u hoy en día muchas novelas románticas. Pero prefiero el escapismo al modo como en la actualidad se acercan muchas obras del cine y la literatura a la cuestión de la masa intermedia. Lo llaman realismo, un realismo donde un personaje o serie de personajes a modo de Zaratustra, critican, rechazan, tratan de destruir, a la masa intermedia. Lo llaman compromiso social, poner en tela de juicio las hipocresías y las iniquidades, disolver las desigualdades. Impera un moralismo, o más bien, una superioridad moral con respecto a la sociedad, como sobrevolándola, como seres angélicos de luz que guardan en sus cerebros y sus corazones las soluciones para desgarrar el velo de lo cotidiano.

No nos engañemos. Esta superioridad moral es una postura ficticia. El escritor, el cineasta, vive en la masa intermedia, y sus ideas y sus obras son consecuencia de lo que observa en la masa intermedia. Morder la mano que te da de comer sí que es suma hipocresía. Lo que hayas de hacer, bueno o malo, incluso cuando tu propósito es salvar el mundo, lo harás bajo el amparo de la masa intermedia. Que el mundo podría ser mejor, pues claro. No obstante, para mejorar las cosas estudia, comprende, analiza, educa, da ejemplo, fomenta pequeños cambios. Pero no impongas ni ridiculices. A la masa intermedia se la entiende desde la desesperación, desde la decepción quizás, pero sin abandonar el cariño que se pueda tener por ella porque en el fondo cada cual no hace otra cosa que sobrevivir. Puedes compartir o no compartir las acciones de muchos. Actúa como creas conveniente, pero no pidas que todos hayan de comportarse como tú. Porque eso en el fondo no es más que otra forma de fascismo por mucho que digas que eres de izquierdas o progresista. Dentro de la masa intermedia lo que cabe es ayudar, cooperar, pero sin dejar uno de defenderse contra los abusos, las agresiones y las comparaciones. No esperes un cielo en la Tierra si no empiezas por ti mismo. Tampoco lo esperes de los demás, al menos de todo el mundo. Siempre habrá excepciones. No impongas tu criterio, mas si quieres que se siga haz que sea útil. No grites, no ofendas, seduce. Los cambios en la masa intermedia no han de realizarse desde el dominio, sino desde la influencia.

Muchos literatos españoles contemporáneos no comprenden esto. En contra del buen ejemplo que han podido aprender de Cervantes, Ibáñez o Jan, prefieren trabajar desde la superioridad moral. En el fondo no les culpo, porque, como desde hace décadas, no hacen otra cosa que dejarse arrastrar por las modas extranjeras, en especial las que vienen de Estados Unidos. Y en Estados Unidos, la peor de las modas que se viene desarrollando, es aquella que impone desde la superioridad moral. Me alegro de que la mayoría de los libros que se demarcan en esta tendencia no lleguen al público general, pero sí que son leídos desgraciadamente por muchos de los que escriben en este país.

Aunque claro que todo esto son especulaciones.

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