Predeterminación

 Casi podría entenderse como un relato de miedo. En los últimos años se han barajado experimentos, digamos, inquietantes, y cuando digo inquietantes no me refiero a sobrepasar los límites de la ética hacia la destrucción física y moral del individuo, aquello tan terrible de lo que fue tan tristemente célebre el siglo pasado. Sino que, dentro de la moral, nos informan de resultados poco tranquilizadores. Resulta que el cuerpo comienza a prepararse para determinadas situaciones antes de que la consciencia tome decisiones con respecto a las mismas. Dicho de otro modo. Los músculos se ponen en tensión antes que la consciencia, esa voz por la que hablamos, por la que discurrimos, por la que pensamos, haya tomado la orden consciente de moverse; o se producen reacciones emocionales previamente a que la consciencia se haya percatado siquiera del asunto.

Por supuesto que ahora cabría dilucidar o dudar acerca de las condiciones en las que se desarrollaron estos experimentos. ¿Sobre qué circunstancias se efectuaron? ¿Alcanzan todas las facetas de la vida cotidiana, y extracotidiana? ¿Se les olvidó algo?

En cualquier caso, he aquí el relato de terror para muchos. Esto no es que no lo propusiera ya Sigmund Freud. Que nuestro inconsciente es quien en verdad manda en el asunto. Nuestra personalidad, nuestras acciones, son el resultado de procesos subconscientes que emergen hacia la superficie consciente. En definitiva, me refiero a la posibilidad de no ser lo que creemos que somos, la incertidumbre acaso si realmente somos los amos del cotarro, los que optamos por cuál camino tirar, sino que nos piensan, nos predeterminan, convergemos como el resultado de procesos que se toman en otro lugar.

Y si traemos a colación lo que contaba en mi anterior emisión, acerca de la espiritualidad, de la dicotomía entre consciente e inconsciente, así como de la creencia de muchos de que el inconsciente se halla conectado con el universo, el terror se intensifica hacia la posibilidad de que sean entidades exteriores las que nos controlan por medio del inconsciente.

Propongo una posible interpretación del dilema. El subconsciente se puede comprender como el conglomerado de las operaciones del cerebro, el sistema más complejo que existe, que haya sido identificado por el ser humano, con lo que implica que sea complejo, el hecho de que se produzcan un sinfín de operaciones paralelas a la vez. Varias opciones, varios caminos, variadas conclusiones.

No obstante, residimos en el paradigma de las tres dimensiones. Lo que vemos, lo que sentimos, se desarrolla en el ancho, alto y fondo. Esto, ¿qué implica? Las tres dimensiones es el panorama donde cada objeto se halla en un lugar determinado en un momento determinado. Esto es, una única posición en un instante dado con una única resultante de las fuerzas aplicadas. Una posición, una velocidad, una aceleración, una dirección, un sentido del movimiento. En definitiva, las tres dimensiones es el paradigma de lo concreto, y en este exacerbamiento de la concreción, la consciencia ha de comprenderse como la interfaz de mediación del funcionamiento de un sistema complejo en el entorno tridimensional. De la vorágine de ideas y funcionalidades posibles en el cerebro se reduce a un solo pensamiento en un momento dado, a una única línea de actuación. Ni siquiera cuando dudamos puede decirse que conscientemente pensemos dos cosas a la vez. La duda ha de entenderse como la secuencia alternada sucesiva de los pensamientos a favor o en contra respecto a una determinada decisión, que no se producen al unísono, sino, como he dicho, que se ejercen relevándose sucesivamente sin llegar a una decisión clara. Ahora opino esto, ahora lo contrario. Y es la memoria, presente en el subconsciente, la que provoca que alberguemos la sensación de la duda. En definitiva, en el subconsciente caben distintas posibilidades a la par, en el consciente no.

En cualquier caso, de aceptar este razonamiento, la consciencia habría de verse como el resultado de la concreción de lo que ocurre en el inconsciente arrojado al panorama de las tres dimensiones. El cerebro baraja múltiples opciones y son las condiciones del entorno la que lo hacen concluir en una sola que se proyecta conscientemente hacia fuera. Un solo pensamiento, una decisión en este momento y lugar. La consciencia como el feliz accidente producto del colapso de un sistema complejo en una realidad que no admite a la vez todas las posibilidades sino solo una.

Entonces, no se puede distinguir, como hacen muchos adeptos en lo espiritual, entre consciente e inconsciente, son facetas de una misma realidad. Lo que consideramos nuestra consciencia, nuestro yo, nuestro ser, es el resultado de procesos que se producen en el subconsciente y que salen al mundo exterior.

Ahora bien, no voy a llegar al extremo de lo que decía Freud, o pienso que argumentaba Freud y sus seguidores, que la consciencia es una ficción generada para hacernos creer que en realidad pensamos, tomamos decisiones, cuando es nuestro inconsciente quien lo hace. Es decir, que nos encontremos completa y absolutamente predeterminados, y encima residimos en una mentira. Sino que entre consciente e inconsciente se reparten funciones. Porque, como reducción al absurdo, ¿a qué viene entonces ese engaño? ¿Cuál es el motivo por el cual la consciencia ha de entenderse como ficción? Si nos piensan, ¿por qué el cerebro nos engaña para que concibamos que somos nosotros conscientemente los que pensamos? En el reparto de funciones la consciencia ha de tener un objeto, un motivo de existir. La cuestión, cuya respuesta merece quizás ser objeto de una nueva metafísica, es concordar cuál.

Claro que esto pueden ser no más que meras especulaciones.

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