Iglesias visigodas


Hay una iglesia a unos veinte o treinta kilómetros al norte de Mérida que responde al nombre de Santa Lucía del Trampal. Perteneció en su día a un monasterio, abandonado y oculto en la maleza durante más de mil años. No estoy exagerando con lo de mil años. Se trata de uno de los pocos monumentos visigodos que quedan hoy en día en España. O, dicho de otro modo, estamos ante una de las iglesias más antiguas de la Península Ibérica que aún se mantiene en pie.

Voy a mencionar otros dos nombres, aún más espectaculares si cabe: Santa María de Melques, en la provincia de Toledo; y San Pedro de la Nave, relativamente cerca de Zamora. Hay más. De momento, que yo haya visitado en persona, me quedo con estas tres menciones. El más conocido es San Pedro de la Nave debido a los maravillosos relieves de época visigoda que se han conservado. Los tres templos datan de entre el 670 y el 710 después de Cristo. Esto es, en los últimos compases de la dominación visigoda, antes de la invasión musulmana.

Aparte de por la antigüedad destacan por un detalle cuanto menos significativo. Los tres albergan arcos de herradura, en la etapa previa a la dominación musulmana. ¿Qué significa esto? Que el arco de herradura, en contra de lo que mucha gente cree, no es en su origen árabe ni vino de fuera, sino visigodo, transmitido a las primeras construcciones islámicas tras la invasión, y que desde Al-Andalus se difundió por el resto del mundo musulmán. De hecho, probablemente, la primera construcción islámica en la que se emplearon los arcos de herradura fue la Mezquita de Córdoba.

El verano del 2022, en un viaje que atravesaba España de sur a norte, realicé un desvío de más de cien kilómetros para visitar San Pedro de la Nave. Por curiosidad, por comprobar in situ lo que he contemplado en libros de Historia del Arte. Pero también por una fascinación que a veces me cuesta comprender. No solo por las iglesias visigodas. Por el mundo prerrománico, por el Románico en general. Una afición que me viene de hace unos pocos años.

Para que los saben de Historia del Arte el imperio romano desaparece, vienen los visigodos que, si bien conservan rasgos de la civilización romana, el resultado no puede dejar de tildarse de degradación. Tras la invasión musulmana hay dos realidades. La rica y abigarrada de las ciudades del sur controladas por el Islam, y la norteña de reinos cristianos incipientes de población masivamente rural. Algo parecido ocurre en toda Europa. Debido a la conflictividad de los tiempos, entre invasiones vikingas, magiares, y el terror del año mil, la población se hace eminentemente rural, y cuando el orden y la civilización vuelven a resurgir lo hacen bajo el prisma del Románico.

Es un mundo rural, previo al Gótico de ciudades, previo al perfeccionamiento de la talla y de la escultura. El imperio romano se ha hundido. En el museo arqueológico de Sevilla hay esculturas procedentes de Itálica que apabullan por su perfección técnica. En comparación el Románico, bastante posterior, es sencillo con un diseño propio de adolescentes. ¿Qué sucedió para este retroceso? Ya lo he dicho. El Imperio Romano se hundió, y el prerrománico y el Románico son los primeros pasos de recuperación tras el hundimiento. Me gusta explicar el arte Románico como un enfermo que ha olvidado andar y que tiene que volver a aprender. Por lo tanto, es un arte renqueante, sencillo, casi esquemático.

¿Por qué me gusta o me atrae tanto entonces si es imperfecto y simple? Esa es la pregunta, el interrogante. ¿Por ser un regreso a los orígenes? ¿La atracción de lo sencillo? ¿Por construcciones pequeñas e iniciáticas, con diseños poco más complicados que los de los niños? ¿Porque no hace falta más? ¿La ilusión de huir de una sociedad compleja, demasiado exigente? ¿Por el trabajo manual y artesanal? ¿Porque la perfección que los canteros y artistas a partir del Gótico consiguen empieza a recordar lo industrial?

Esta última idea me seduce en cuanto a explicar la citada fascinación. Veo edificios modernos de piedra en las ciudades, de líneas rectas, molduras, y detalles, de una absoluta perfección. Como El Escorial, que sorprende a pesar del tiempo, por la absoluta modernidad de sus líneas, esa manera de encajar milimétricamente como si hubiera sido edificado en el siglo XX. Sin embargo, voy a Santa María de Melques, con cúpulas a base de piedras de bordes desgastados por el paso el tiempo, de diferente tamaño, colocadas y emplazadas con una ciencia y sabiduría que se me escapa, pero que podría llegar a entender en una vida. Eso es. Yo podría haber hecho eso. Podría haber aprendido y obrado para efectuarlo. No se me vislumbra imposible, no se me antoja el trabajo de una especie de máquina como imagino cuando veo El Escorial o cualquiera de los edificios contemporáneos. Hubo alguien, hace más de mil años, que estuvo ahí y que hizo eso, alguien individual que obró y cometió fallos, pero que consiguió levantar algo sencillo pero hermoso que se mantuvo en el tiempo.

Ante todo recordar que tan solo es una especulación.

 

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