Lo que debemos al cristianismo


Recuerdo el revuelo cuando “El código Da Vinci” se puso de moda. Entre despropósitos propios de la teoría de la conspiración y de la pseudociencia histórica sobre la vida de Jesús de Nazareth. Como que estuvo casado, tuvo una hija con María Magdalena, la cual tras la crucifixión huyó nada más y nada menos que a Francia, cuya progenie se emparentó cuatro siglos más tarde con la nobleza merovingia, dando lugar a la sangre real de los reyes franceses, enigma que Leonardo Da Vinci, que trabajó para Francisco I de Francia, ocultó en su obra “La última cena”.

No niego que estas leyendas no existieran ya desde el medievo. Pero sí acerca de su verosimilitud. No todo lo que proviene de sociedades secretas ha de tomarse como cierto.

Aunque hay un punto en el que la novela, y la película, abrieron los ojos al mundo, quizás demasiado. Me refiero al Concilio de Nicea, convocado en el 325 después de Cristo. Polémico donde los haya porque se puede decir que en él se inventó el Catolicismo. Sopesando las distintas interpretaciones de la naturaleza de Jesús y de algunas frases enigmáticas del nuevo Testamento, como aquella acerca de la Trinidad, el concilio de Nicea, bajo el auspicio del emperador Constantino, fue el que decidió a partir de ese momento qué libros, y qué ideas, habían de comprenderse como dogmas de la Iglesia católica (por ejemplo, los cuatro Evangelios) y cuáles habían ser expuestos como apócrifos o incluso heréticos.

Antes he dicho que el texto de Dan Brown abrió los ojos, quizás demasiado. Porque una cosa es informar sobre lo que sucedió, para enterarnos de que aparte del credo católico hubo otros, y que concretar en el Catolicismo fue una decisión política para otorgar una religión al Imperio, y otra señalar a la Iglesia como malvada por ese comienzo. Esta última cuestión ha dado pábulo a los locos, y a las interpretaciones sesgadas. Por ejemplo, cuando leo en las redes sociales a grupos de personas que piensan que Jesús nunca existió y que fue un invento de Constantino en el Concilio de Nicea.

Hasta donde yo sé no hay apenas fuentes escritas contemporáneas, que nos hablen de la existencia de Jesús. Los locos esgrimen esto como prueba irrefutable. Como no hay testimonios escritos no existió. Pero esto no quiere decir nada. Porque si nos basamos únicamente en textos históricos, un emperador como Antonino Pío, la persona que ostenta el récord del reinado más largo entre los emperadores, tampoco existió, porque apenas nos han llegado noticias escritas de su gobierno.

Sin embargo, en contraposición, sí hay noticias históricas de los seguidores de Cristo y en una época tan temprana como el reinado de Nerón, unos veinte años más tarde de su supuesta crucifixión. Suetonio y Tácito nos hablan que tras el gran incendio de Roma, Nerón acusó a los seguidores de un tal Cristo como los culpables del citado incendio mandando aperrear, quemar y crucificar a unos cuantos de ellos.

En otras palabras, los cristianos ya habían llegado hasta Roma dos décadas más tarde de la muerte del fundador de la causa.

Pero si hay una prueba que se pueda considerar, no irrefutable, pero sí bastante razonable, acerca de la existencia de Cristo, radica en la revolución conceptual que se introdujo en el mundo a partir de esas fechas. Un pensamiento completamente novedoso, que antes no existía, o apenas guardaba influencia. Como que Dios es amor, esto es absolutamente revolucionario. Frente a unos dioses que a lo largo y ancho del globo se comportaban irascibles y vengativos, se instaura un Dios que es todo amor, y que todo lo perdona. Por lo tanto, la salvación es universal. Cualquier persona, sea rica o pobre, inteligente o estúpida, dinámica o estática, es susceptible de salvarse. Este hecho, introducido en la psique universal, fue absolutamente fundamental.

Antes el pensamiento antiguo se caracterizaba porque cada persona era merecedora de su fortuna a causa del favor de los dioses. Por ejemplo, el hecho de nacer en una familia o en otra era una marca de destino. O las enfermedades y las desgracias que a las personas acometían, se debían a las faltas y pecados ejercidos ante las divinidades. Sin embargo, si la salvación es universal, se introduce la noción de que son las injusticias del mundo las que hacen a los seres humanos desiguales, injusticias que no son debidas a Dios, y que en el fondo no guardan importancia porque gracias al amor de Dios todos seremos iguales en el paraíso.

Este pensamiento inaugura el concepto de esperanza, de consuelo. No estamos malditos por nacimiento, por destino, por nuestros hechos, sino que hagamos lo que hagamos, hayamos nacido donde hayamos nacido, habrá un lugar donde encontraremos la salvación. En el cielo tras la muerte. Pero, y, ¿por qué no?, también en esta vida. El buen comportamiento que Cristo propugna de cara a nuestros congéneres no es tanto cuestión por no cometer pecados, sino por alcanzar ese cielo en la Tierra antes de morir. Amaos los unos a los otros como yo os he amado. Sed amables con los demás y serán amables contigo.

Que la Iglesia ha tergiversado este mensaje, haciendo hincapié en los pecados, sí, ciertamente. Pero que a la par ha actuado de salvaguarda de los Evangelios, donde se contienen estas ideas, también. Y, ahora viene lo polémico, porque el cambio de paradigma, de mentalidad, que se introduce en los Evangelios, es la base de todo el pensamiento y acción social, incluido el socialismo y el comunismo, que se ha desarrollado en los últimos dos milenios. Porque los Evangelios, ya sean aceptados en el concilio de Nicea o apócrifos, son unos textos donde se expone claramente: “Los males son producto de este mundo, pero podrían bien no existir”. Y por ello, y con esta noción, nos hallamos ante la base del concepto de “emancipación”. De liberación, de salvación.

En el siglo II a.C. se produjo la rebelión de los esclavos liderados por Espartaco. No triunfó. Nunca pudo haber triunfado. La sociedad era esclavista, guardaba inserta en su constitución la cuestión de que era lícito tener esclavos. Sin embargo, con los ideales cristianos, todo esto cambia. Lentamente, pero lo hace. Los males son de este mundo, se resolverán en el otro, o quizás en este. La mentalidad cambia. Aunque sigue habiendo esclavitud ya no se encuentra tan bien vista. Se ve como una imposición. Nadie debe dominar a nadie, del mismo modo que todos tenemos derecho a la salvación.

Pues bien. No puedo asegurar que Cristo existiera. Pero sí que tuvo que haber alguien o algo, un grupo de personas quizás, que introdujeron esta manera de pensar que se ha perpetuado hasta nuestros días. Los cristianos ya existían en una fecha tan temprana como en el 58 después de Cristo con Nerón, en la misma época aproximadamente en la que se redactaron los primitivos Evangelios, tal como demuestran los manuscritos del Mar Muerto, los cuales hablan de este concepto de salvación universal. No hay historiadores que nos relaten de manera contemporánea sobre Cristo. Pero sí sobre una idea que impregnó la historia y la sociedad de tal manera que no se pudo volver atrás.

Claro que todo esto no son más que especulaciones.

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