La lengua y el dialecto


 No recuerdo ya a la persona en cuestión, pero sí el tema que introdujo. Le habían suspendido una práctica por faltas de ortografía, y ponía el grito en el cielo clamando que por qué José se acentuaba en la “e” cuando ella normalmente decía Jose, con la sílaba tónica en “Jo”. Contaba su historia en un foro de bar tratando de recabar el apoyo de los oyentes y, por mi parte, como habitual abogado del diablo, respondí con un: “Porque una cosa es lo que marca la regla, y otra bien distinta es como tú hablas, o como nosotros hablamos”.

La dicotomía o separación entre la lengua oficial y el habla ciudadano viene de lejos. En 1492 Elio Antonio de Nebrija publicó la primera gramática castellana. Un primer paso. Más tarde, en el siglo XVII, en la Francia de Richelieu, en 1635 para más señas, se fundó la Academia Francesa. Los franceses, inventores del absolutismo, fueron los primeros expertos en eso del centralismo en todas las materias. Incluida la lengua. Puesto que el francés se hablaba de manera diferente en cada parte de Francia, así como en las colonias en ultramar, se creó la Academia Francesa con el fin de engendrar una sola lengua común para todo el territorio y para todos los hablantes con la que pudieran comunicarse de manera oficial.

La iniciativa tuvo éxito y continuidad en el siglo XVIII en el ámbito ilustrado. En España se creó la Real Academia de la Lengua en 1713, bajo el lema de “limpia, fija y da esplendor”. Sobre todo fijar, y generar, porque estaba claro que los andaluces no hablaban como los murcianos, como los extremeños, como los aragoneses, como los castellanos, etc., etc.

En el siglo XIX esta tendencia se continuó con el nacionalismo. Los movimientos nacionalistas, protagonizados por élites intelectuales, se encargaron de definir las “lenguas nacionales”. Y digo definir porque, esta es la tesis que presento hoy, las lenguas oficiales no existen, se inventan sobre una base real, pero en verdad son abstracciones generadas para crear una unificación.

Porque, ahí tenemos por ejemplo el italiano. El historiador Eric Hobsbawn señala en una de sus eras que en la Italia del siglo XIX, la lengua conocida como italiano tan solo era hablada y empleada por una pequeña porción de la población, precisamente por aquella minoría culta que inventó el concepto de la nación italiana. De este modo, cuando empezaron a tener éxito en eso de la unificación de Italia, pugnaron por imponer esta manera de hablar a través de la escuela al resto del territorio. Incluso cuenta que cuando se enviaron profesores a determinadas zonas de Nápoles o Sicilia, los nativos pensaron que estos parlaban en inglés antes que en eso que sería conocido como italiano.

La cuestión es que no solo pasó con el italiano. El alemán, al que incluso le pusieron declinaciones como al latín, el ruso, el catalán, el euskera... El español y el francés antes, el inglés definido en su caso por las universidades como las de Oxford o Cambridge. Me atrevo a afirmar: todas las lenguas que se pueden aprender en una aplicación tan socorrida como el Duolingo, han sido creadas por minorías cultas e ilustradas que las han fijado como lenguas oficiales de determinados territorios y que se enseñan en las escuelas. Así como, separándonos de esa noción académica, prácticamente cada persona habla de manera diferente. Nadie, o casi nadie, pronuncia o se expresa de manera perfecta, al menos oralmente, tal como indica la regla. Y después están los dialectos, que son las variaciones de una lengua compartidas hasta cierto punto por un colectivo más o menos amplio.

La cuestión de los dialectos es un asunto peliagudo. Podemos decir que el andaluz, el castúo, el aragonés actual (no el histórico), el leonés actual, etc., son dialectos del español. Y digo español, y no castellano, porque el español fue creado como lengua oficial para toda España en su momento, idioma generado, y por ello es incorrecto llamarlo castellano que también sería un dialecto.

Mas la cuestión no descansa tanto en el dialecto sino en poner nombre al dialecto. Por ejemplo, el andaluz, o el castúo, como he mencionado anteriormente. Maneras de hablar que difieren en algunos aspectos con la norma del español, pero que sin embargo si tú hablas andaluz con otro hablante de la lengua española te puedes entender. Mas al poner nombre al dialecto lo acotamos, definimos un territorio, con unas fronteras, gobernado por políticos… No sé si me siguen. El problema de acotar un dialecto es que induce al nacionalismo. O se convierte en táctica del nacionalismo. En el siglo XIX, de inmadurez política todavía tras la Revolución francesa, esta táctica era admisible. Pero hoy en día tras haber sufrido durante más de dos siglos los problemas del nacionalismo. ¿Qué quieren que les diga? Los daños que ha causado. Que produce segregación, exclusión y separación, que ha sido motivo de las guerras más terribles...

Por ejemplo, un suponé. Imaginemos por un momento. Planteemos que en un territorio como Andalucía surja un grupúsculo que diga que el andaluz no es un dialecto, sino una lengua. Aún más, que se pongan a redactar una ortografía y una gramática andaluza. Y que el colmo de todo que lo disfracen con victimismo, reivindicando la lengua andaluza porque normalmente fuera de Andalucía la gente se burla de la manera de hablar de los de aquí.

Ojo que no estoy negando el orgullo por el acento local y por la idiosincrasia propia de la Tierra. Pero una cosa es orgullo por el acento, y por el dialecto, y otra bien distinta generar una lengua andaluza, un alarde propio del nacionalismo más rancio. Porque, la lengua andaluza, ¿qué es eso de la lengua andaluza cuando en Almería y en Jaén se habla diferente que en Sevilla? De este modo, lo que están haciendo es fijar una manera oficial del habla cuando lo que hay es diversidad. Con lo sencillo que es decir: “las lenguas son construcciones abstractas fijadas por convención y los dialectos son hablas vivas”. El acento ha de reivindicarse en cuanto a patrimonio de una población viva. Las lenguas como construcciones abstractas son útiles y necesarias porque garantizan un medio por el que habitantes de distintas localizaciones y muy separados entre sí puedan comunicarse. Pero crear una lengua a través de un habla local que ni siquiera es común a todo el territorio es cosa de obtener rédito político y de generarse un cortijo en el que decir: “Yo soy el que mando”.

Por supuesto que todo esto no son más que especulaciones.

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