Neopaganismo


Aprovechando que llego al programa número trece, y tras haber recuperado la voz, quiero hablar de antiguas-modernas creencias. También por la coyuntura de que hace poco visité el cromlech de los Almendros, en Évora, en el centro de Portugal. Probablemente una de las construcciones humanas más antiguas de Europa Occidental. Un santuario dedicado al sol, a la Luna, a los elementos.

Dentro de su visita quiero hacer mención a los rastros dejados por algunos visitantes. Por ejemplo, sobre una losa caída, o quizás se trate de un altar específicamente emplazado allí, alguien había depositado una rosa blanca, así como una piedra azul, un cristal de estos mágicos que se ven en las tiendas. El cristal duró poco en el sitio. Había niños alrededor y cuando me quise dar cuenta seguramente uno de ellos se lo había llevado. Otros gestos que me llamaron la atención fue un dibujo hecho a base de piedrecitas en el suelo siguiendo la línea este-oeste o, en el corazón del crómlech, dentro de un terceto de grandes rocas, alguien había roto y depositado varias ramas entrecruzadas.

En definitiva, fui testigo de pequeños ritos que oficiantes contemporáneos realizan en un templo de la prehistoria. No fueron los únicos que observé. Cerca de allí, en el menhir de los Almendros, descubrí ante él la ofrenda de más ramas partidas junto con una naranja a un lado, y un limón al otro. Ofrendas un tanto anacrónicas, porque las naranjas y limones no arribaron a la Península Ibérica hasta tres mil o cuatro mil años más tarde de haberse levantado el citado monumento.

En cualquier caso, repito, oficiantes modernos que tratan de recobrar un culto antiguo. Cultos elementales, a las bases de la naturaleza, a los astros del cosmos, la creencia en la magia, en la brujería, en los poderes de la vida y la muerte. No poseo un conocimiento avanzado de las religiones neopaganas, pero sí una cierta simpatía. O, mejor dicho, curiosidad. Para una persona con una sensibilidad a lo invisible e intangible digamos limitada como yo, eminentemente racional, me intrigan las sensaciones que dicen tener muchos concomitantes a mi alrededor que las lleven a ejercer este tipo de pequeños rituales, a dejarse llevar por sensaciones e intuiciones, por las corrientes telúricas, a compartir símbolos, conocimientos y relatos que muchas veces suenan a inventados o sumariamente arbitrarios.

Hoy en día, en el contexto del feminismo, las creencias neopaganas, como recuperación de deidades anteriores al cristianismo, o incluso de la brujería, gozan de una suerte de leyenda rosa. Como la reivindicación de la figura de la bruja como mujer sabia, poseedora de los conocimientos del bosque. Las brujas como las víctimas de la persecución contra las mujeres, y el sometimiento de la mujer por parte de la Iglesia y del cristianismo.

Si somos serios y consecuentes, y estudiamos la historia del fenómeno de la persecución de las brujas, la matanza se realizó en el ámbito del cristianismo, pero no a consecuencia del cristianismo. Me explico. La persecución a las brujas fue llevada a cabo en el contexto de las guerras de religión de los siglos XVI y XVII. Esto es, una época de caos donde la Iglesia de Roma había perdido su papel de control social. Porque, por ejemplo, en España, en tres siglos de Inquisición, solo fueron ejecutadas 27 brujas de las cincuenta mil que se calculan que murieron en el resto de Europa, y dichas 27 ejecuciones fueron motivadas no tanto por brujería sino por delitos de sangre (como asesinatos de niños) o en lugares como Zugarramurdi, en la frontera con Francia, donde las gentes se contaminaron de lo que estaba ocurriendo en el país vecino.

Lo explico mejor. La quema de brujas tuvo lugar sobre todo en aquellas regiones donde la lucha entre protestantes y católicos había llevado al caos. Como Alemania, el Reino Unido o la Francia anterior a Enrique IV. Y dentro de ese caos surgieron personajillos que buscaban el poder dentro de las comunidades y su manera de hacerlo fue localizar un chivo expiatorio sobre el que condensar los odios y los miedos de la población. Por ejemplo, las brujas, que en la mayoría de casos ni siquiera eran brujas reales en el sentido de la palabra, que confeccionaban pócimas y recitaban sortilegios, sino sencillamente mujeres solas, introvertidas, que vivían apartadas y eran consideradas raras.

Toda mi simpatía y mi consideración hacia las víctimas. Por supuesto, la brujería no es mala en sí. El uso de la intuición, de las plantas como elementos sanadores, rituales para traer un poco de orden a nuestras vidas… No hay nada de malo en ello. Pero no me dejo de preguntar por qué la brujería tuvo ese poder de aglutinar los odios y los temores de las gentes. En otras palabras, ¿por qué las brujas y los brujos se convirtieron a menudo y tan fácilmente en los chivos expiatorios?

Tengo que repetir. La brujería no es mala en sí. Pero no hay que olvidar que la magia se basa mayormente en supersticiones, en rituales que a veces no tienen sentido, como enterrar el nombre de una persona en miel para que se enamore de ti, y también en supercherías, como el mal de ojo o las maldiciones. ¿A quién no le han dicho por la calle: “Ojalá te entre un cáncer” o cosas por el estilo, sencillamente porque no le has caído en gracia a la persona en cuestión o no has hecho lo que quería? O simplemente, recuerdo un caso hace tiempo de prostitutas africanas forzadas a ejercer por temor a las maldiciones y rituales de los brujos de su tribu. Y eso me lleva a pensar que, al igual que había brujas y brujos buenos, también existían personas malvadas que empleaban su posición como hechiceros para amedrentar a los vecinos, y tenerlos controlados a través del miedo y la superstición.

Por ello, repito que no comparto la leyenda negra que se produjo en tiempos, pero tampoco me dejo llevar por la excesiva leyenda rosa que se da en nuestros días. El neopaganismo y sus vertientes me son simpáticas, y siento curiosidad e intriga por ese panorama. Concibo que los verdaderos seguidores de estos cultos ni se dejan llevar por el victimismo, y son conocedores de los peligros de la magia negra y la superstición. Sencillamente abogan por esta vertiente por hallar una manera de vivir en paz y en armonía. Es por estas gentes por las que siento curiosidad. Especialmente cuando adoran de ese modo los monumentos megalíticos de la prehistoria reciente en la que mi hábitat es rico y variopinto a base de menhires, círculos y dólmenes. Sin embargo, sin abandonar el uso de la razón, y colocando a cada cosa en su lugar.

Claro que todo esto no son más que especulaciones.

 

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