La fe contemporánea

 Uno de los hechos que más me sorprenden e intrigan es la cuestión de que tantas personas y tan diferentes, algunas muy cercanas a mí, experimentan circunstancias digamos extrañas, que yo no gozo, padezco o sufro, cuestión que me llena de impotencia ante la curiosidad por conocer y la incapacidad para empatizar. Así como estos hechos no son únicamente del presente, invenciones modernas, contemporáneas, sino que han estado toda la historia ahí, en fenómenos y personajes como los chamanes, las brujas, los místicos o los iluminados.

Guardaba un librito en la biblioteca desde hacía más de década y media. Aunque he intentado leerlo en el pasado, no ha sido hasta ahora cuando he encontrado la voluntad y el tiempo. Se trata de una referencia a Carl Gustav Jung. Ya saben. Maestro del psicoanálisis, discípulo de Sigmund Freud, posteriormente enfrentado con este, con conceptos como el inconsciente colectivo o los arquetipos. Así como conocido, respetado y reverenciado por muchos por tener en cuenta hechos como la religión en la investigación científica de la psique humana.

Hablando de religión me atrevo en el día de hoy a divagar sobre la fe. Podría definirse como la confianza ciega e irracional en hechos no completamente evidentes o para nada evidentes. Hasta hace pocos años la fe se originaba desde el exterior. Ahí teníamos la religión, los sacerdotes, la sociedad, que nos imponía una estructura de creencias y nuestra fe se forjaba en la confianza hacia las mismas.

Este concepto de fe se mantiene hasta cierto punto. Pero investigando en otros trasuntos o ambientes, como el de la espiritualidad, y quizás por este medio es por lo que he llegado a Jung, me doy cuenta de que la fe en la contemporaneidad no identifica sus referentes afuera, sino en uno mismo. Se mira hacia el interior, y se tiene absoluta fe en lo que ahí sucede. Y puesto que se mira hacia uno mismo no existe un único sistema de creencias sino muchos. Aunque no quiero adelantar acontecimientos.

En cualquier caso, la clave se halla en mirar hacia dentro. Llegados a este punto es donde uno empieza a mostrar perplejidad. Porque las personas con las que hablo saben que experimentan algo, pero mayormente no albergan consciencia de claramente el qué, y buscan explicaciones. No los considero locos, eso desde luego. Es su evidencia, una evidencia que yo no puedo compartir, o no comparto, por lo tanto no juzgo. Solo puedo hablar de lo que sucede a continuación a partir de que constatan o sienten esa revelación. Se les presenta una evidencia, una experiencia, y ahora el dilema deviene en cómo explicar eso que sienten.

Pueden hacerlo insistiendo en mirar hacia dentro, buscando ellos la explicación en su propio yo sin atenerse a ninguna instancia externa. Es peligroso porque se pueden perder muy fácilmente. Construyen sus propias argumentaciones, se separan paulatinamente de la realidad, generan una mitología propia divergente e incomprensible, y esto sí que conduce y acaba en la locura.

Pero no menos peligroso que mirar hacia fuera para encontrar posibles teorías que les ilustren. Algunos se fijan en la religión oficial. Algo así como que lo que recibo son visiones de Dios. Es lo que llevan haciendo monjes y místicos desde hace siglos, interpretar las visiones dentro del dogma. Pero, más comúnmente en los últimos tiempos, los testigos suelen buscar explicaciones en los paradigmas de lo espiritual. ¿Y qué es lo espiritual? A decir verdad una amalgama de pensamientos y conceptos muy variados, donde se mezclan teoremas provenientes de los campos científicos, con pseudocientíficos, conceptos de religiones orientales, de supuestos cultos y mitos pretéritos, con simples disparates.

Un elemento en común es que en este recorrido la mayoría de los discursos presentan como base la dicotomía entre el consciente y el inconsciente. El consciente como lo que pensamos, el yo presente, el aquí y ahora. El inconsciente como ese fondo, esa matriz de nuestras creencias y pensamientos que subyace subterránea pero que aflora en los sueños o en las intuiciones.

Jung en este contexto ha hecho mucho daño. O más bien han hecho daño las típicas frases de autoayuda, esas que la gente divulga sin saber de dónde proceden. No puedo enunciar la sentencia al pie de la letra porque no la recuerdo, supongo que saben a cuál me refiero, dice algo así como “El inconsciente te seguirá dominado hasta que no hagas que el inconsciente se haga consciente”.

Esta frase se ha convertido en una de las claves de nuestra época. Hay quien la interpreta en el sentido de simple curación. Quien sufre de males, de remordimientos, de recuerdos tormentosos, quien simplemente quiere olvidar, y trata de manipular desde el consciente el inconsciente, para que lo maléfico en nuestra memoria, y en los subterráneos de nuestro ser, desaparezca o deje de incordiar.

Hay quien trata de relegar el subsconciente, de enterrarlo, de neutralizarlo. En la meditación. Dejar la mente en blanco, que el subconsciente no haga acto de aparición, soterrarlo, que no fluya hacia arriba, porque se trata de un acto del ego. Porque es la expresión del ego, y el ego es negativo, porque es la impronta que nos han dejado en esta vida, las manchas, las máculas de nuestra existencia actual y terrena, el engaño que nos impone la realidad, y que nos separa de la eternidad. Por ello, según estas tesis, hay que erradicar el ego, anular el inconsciente, sumergirse en la nada.

Hay quien conecta el subconsciente al cosmos, quien piensa que no todo lo que se encuentra en nuestro fondo surreal proviene de nuestra vida, sino también de mensajes y conexiones con instancias ultraterrenas. En este contexto se suele hacer referencia a lo cuántico. ¿Qué hubiera sido de la espiritualidad en el siglo XX, y XXI, sin la mecánica cuántica? Lo que sucede en nuestra psique se halla cuánticamente conectado con el Todo, con el universo, con la eternidad. Por ello, el inconsciente es la clave para conectarse con otras realidades. Hacer consciente el inconsciente es comunicarse con esos seres y esas entidades de dimensiones superiores. Así como, finalmente, si el subconsciente está conectado con el universo, controlar el subconsciente implica dominar el universo. Es la llamada ley de atracción. Si tú, desde el consciente, doblegas la configuración del subconsciente para que se concentre en lo que deseas, lo obtendrás tarde o temprano porque todo está conectado. Algunos lo llaman “El Secreto”.

Como si fuera tan fácil. Leo muchas de estas cosas y llego a reírme por la ingenuidad. No puedo negar que lo inconsciente esté conectado al cosmos porque no lo sé. Pero pareciera que el subconsciente es algo sencillo, con una forma y estructura definida, como otra persona subyacente a nuestro propio yo, algo reconocible con lo que puedes conversar. Me río por la ignorancia acerca de lo que puede llegar a ser el inconsciente. No niego que haya personas en las que el subconsciente se haya hecho consciente. En la Biblia, por ejemplo, en el Nuevo Testamento, tenemos un caso. “Mi nombre es Legión- indica el susodicho-, porque somos muchos”.

El inconsciente es multiplicidad, es diversidad, es la superposición y yuxtaposición de toda suerte de relatos y hechos, que configuran no una persona sino múltiples, como múltiples son los arquetipos. El subconsciente es complejo, con lo que implica que sea una realidad compleja. El efecto mariposa, que no significa que a una causa siga un efecto desproporcionado, sino que a la misma causa pueden seguir múltiples posibles efectos, sin que se pueda discernir claramente cuál de ellos es el que finalmente tendrá lugar. El inconsciente es complejo, misterioso, es el reino de la contradicción, de la redundancia, donde se juntan los contrarios, donde se mezcla lo inmiscible. Está fragmentado. ¿Cómo conversar con algo que no es único ni unívoco?

He aquí que leo el librito de Jung y encuentro sentido a la dichosa frase. Jung habla del proceso de individuación, que no de individualidad, según el cual lo que nos hace individuos no es que seamos diferentes al resto, sino que nos hacemos uno con nuestro inconsciente, y eso no significa que lo hagamos consciente, sino que nos reconciliemos con los hechos presentes en él. Que aceptemos al otro, o a los otros, contenidos en nosotros mismos, que no los rechacemos. Que cuando surjan, y fluyan, en nuestra mente, desde las profundidades, no nos hagan daño, sino que los admitamos como alguien más de la familia, como una visita inesperada pero gozosa. El proceso de sanación no consiste en la negación, sino en la reconciliación, en el encuentro. En otras palabras, que aceptemos la multiplicidad, que aceptemos lo que hemos acometido y lo que podemos llegar a ser. La individuación se trata más bien de un proceso de aprendizaje continuo y de asimilación permanente más que de constatación.

En definitiva, puesto que la fe contemporánea parte de nosotros mismos, nos basamos en nuestras evidencias para conformarla, pero al no poseer explicaciones muchas veces nos agarramos a un clavo ardiendo, acogemos ideas del exterior, probablemente disparatadas, dogmáticas, pugnamos por salir de las estructuras impuestas por las grandes religiones, y acabamos cayendo en otros cánones, acabamos creyendo cosas que no se pueden comprobar ni certificar, y aunque se basan en nuestras evidencias, se ha de comprender que lo que poseemos dentro de nosotros mismos no es claridad, sino complejidad, hay que mantener la duda y la apertura de mente, porque una de las premisas de la complejidad es su continuo cambio y transformación.

Por supuesto que todo esto no son más que especulaciones.

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