De la moral y la ética


A menudo se habla de moral y de ética como si fueran sinónimos. Pero resulta que leyendo a José Antonio Marina (“Ética para náufragos”), aprendo que existe una diferencia notable. La moral es el conjunto de preceptos y de reglas que aceptamos, a nivel individual o colectivo, como de buena convivencia e incluso de buena educación, y que solemos seguir en nuestras actividades cotidianas.

Por ejemplo, dentro del campo de la moral existe lo que podríamos denominar como moral tradicional o comunitaria. La moral tradicional se ha constituido por autoorganización. Digamos de manera espontánea. Los individuos de una comunidad, por el mero hecho de convivir sin matarse los unos a los otros, de colaborar en un espacio y en un tiempo comunes, han tenido que limar una serie de reglas y de preceptos con el fin de asegurar esa coexistencia.

Dentro de la moral tradicional podríamos hablar de dos categorías principales de preceptos. Por un lado, aquellos dirigidos a la satisfacción de las necesidades económicas propias sin perjudicar ni recibir perjuicio de los demás. En este contexto, surgirían preceptos como no robarás, no matarás, no invadirás la casa del vecino, respetarás sus bienes… Esto ha existido siempre. No hace falta una ley que nos los recuerde. Por lo común, los padres y madres en el contexto familiar hacen mucho hincapié en inocular estas reglas en la prole.

Pero además una segunda categoría vendría dada por el respeto, por la estima, que una persona ha de merecer de los demás. En este campo devendrían otra serie de reglas o de convenciones como sé un buen ciudadano, cumple con las reglas básicas de convivencia y decoro, pero también da limosna a los pobres, coopera con tus vecinos, ayuda a tus semejantes, y además “tienes el derecho a desquitarte en caso de una ofensa”, “o a proteger a los tuyos”. De aquí surgen en algunas culturas y ámbitos conceptos como el de honra u honor. No por nada hasta hace bien poco eran lícitos los duelos y los tribunales de honor, y entraban dentro de lo que se podía comprender como moralmente correctos.

La ética, por contra, es la teoría de la moral. Porque una cosa es la moral tradicional, los preceptos que hemos heredado de nuestros padres, de nuestra familia, de nuestra comunidad, de nuestra cultura, y otra bien distinta teorizar de manera razonada cómo habríamos de comportarnos para paliar las injusticias que a veces surgen en el seno de las comunidades. “A veces” es un eufemismo. Más bien en todas las sociedades surgen injusticias. Por ejemplo, antiguamente era admitida la esclavitud, el rechazo al extranjero, la condena al ostracismo, se justificaba el maltrato, e incluso el asesinato en trasfondos como la guerra, o por las cuestiones que ya hemos comentado de honra y honor.

En todo caso, la ética ya no es cómo nos comportamos o nos han dicho que nos comportemos, sino dilucidar cómo habríamos de hacerlo.

En el fondo todos pensamos mínimamente en términos de´ética. No creo que haya nadie que siga al cien por cien las indicaciones de la moral tradicional. Toda persona difiere mínimamente por cuestiones personales, razona una ética propia, desarrolla una reflexión interior sobre algún aspecto de la moral en la que no se esté de acuerdo, aunque sea por razones tan poco fundamentadas como “A mí me parece que...”, “Yo creo que...”. Como la persona que roba pan porque tiene una familia que alimentar, o la que se niega a tomar represalias porque eso conducirá a más odio. En cualquier caso, éticas devenidas de pareceres o creencias.

Aunque cuando hablamos de ética desde la Filosofía con mayúsculas parece inapropiado parlar de simples pareceres y creencias. Para algunos la ética es una ciencia, destinada a generar preceptos morales perfectos que regulen las actividades de los ciudadanos. La Ética ha de estar fundamentada. Ha de presentar una coherencia interna, lo que quiere decir que cada uno de sus principios surge de manera lógica y coherente de los demás. Entonces, la ética, como los sistemas matemáticos, debe partir de axiomas, de principios elementales, de los cuales el resto de preceptos se deducen como consecuencias lógicas. No hay nada más negativo o lesivo para un sistema ético que sufra de contradicciones internas. Es curioso que muchos opinen de este modo porque la moral tradicional es por lo común inconsistente. Cuenta con preceptos que a menudo se contradicen. Como sé generoso pero a la vez protege lo que es tuyo. El límite entre estas dos cuestiones dependerá del criterio de cada uno en el momento en cuestión. Si nos sentimos benévolos, o en cambio que el mundo nos odia. En otras palabras, dependerá de los factores que nos rodean o nos acontecen en el momento. En comparación un sistema ético, como creación mental y no sobrevenida de la experiencia de un colectivo, cuanto menos dependa de las circunstancias específicas en un momento dado, más correcto será.

En definitiva, una ética ha de ser coherente, evitando las contradicciones; autoconsistente, en el sentido de que conociendo algunos de sus preceptos se pueda deducir el resto; suficiente en sí misma en el contexto de no depender de las circunstancias donde tiene lugar la acción moral; completa, porque aspira a aplicarse en todas las posibles situaciones a las que se enfrente la persona. Y otro adjetivo sería el de universal, que implica que ha de superar el ámbito individual hacia el comunitario. Esto es, que varias personas, o todas, puedan apropiársela y relacionarse de manera amistosa y sin conflictos gracias a ella.

La lista no es moco de pavo. De hecho, no ha habido ningún sistema ético que haya cumplimentado todas estas condiciones. De hecho, llevamos desde los griegos meditando sobre la ética y no hemos arribado a una solución definitiva. La Ética sigue siendo una ciencia viva en la que se sigue elucubrando, meditando, sin llegar a la fórmula elemental que explique todo lo que cabe dentro de ella.

Uno de los acercamientos más famosos es el del filósofo Immanuel Kant. Formuló el archiconocido imperativo categórico que adopta múltiples formulaciones, entre ellas: “Obra de tal modo que llegues a querer que tus acciones se conviertan en ley universal”. O, dicho de manera menos fina: “actúa con los demás como quieras que se comporten contigo”.

La ética kantiana, basada en este imperativo categórico, cuenta de partida con una idea muy interesante: su legitimación. En el programa anterior ya dijimos que toda ley ha de estar justificada, ha de estar basada o soportada por algo que alegue por qué hemos de cumplirla. Lo mismo se puede decir de un sistema ético cuyo propósito es construir moral. ¿Por qué hemos de seguir los preceptos de este sistema y no de otro?

En este contexto, el imperativo categórico se compone como una máxima que se legitima a sí misma, por simple lógica. Es un principio universal el que queramos que nuestro modo de comportamiento haya de ser universal, que todo el mundo se comporte como nosotros lo hacemos. El planteamiento de Kant es revolucionario porque se deshace de las fórmulas comunes de legitimación que se daban en el pasado, normalmente por cuestiones religiosas o metafísicas. Como decir que estos preceptos han de seguirse porque provienen de Dios, o porque responden al derecho natural.

Aún más, basándonos en el imperativo categórico podemos llegar a una noción de derechos universales porque cualquiera en su sano juicio pretendería que se convirtieran en universales. Por ejemplo, el derecho a la vida porque pensamos que no te voy a quitar la vida del mismo modo que no quiero que tú lo hagas conmigo. O el derecho a la libertad porque no quiero que me sometas del mismo modo que no lo voy a hacer contigo. O el derecho a la propiedad privada o a la seguridad, porque no te voy a robar del mismo modo que no quiero que me lo hagas a mí.

Volviendo a José Antonio Marina, siempre que yo haya entendido bien lo que dice Marina, parece un firme seguidor de Kant cuando indica que todo sistema ético debe conducir a la provisión de derechos, entendidos como estas circunstancias globales que todo el mundo, supuestamente, querría que se convirtieran en universales.

Ahora bien, he de señalar que lo que dice Marina, así como lo que dice Kant, no me parece tan perfecto.

En primer lugar, voy a formular lo que mucha gente desearía que fuera universal. Lo voy a llamar ideal burgués: “He trabajado toda mi vida, y he basado mi existencia en el esfuerzo, he conseguido ahorrar lo suficiente como para tener más de lo que necesito, lo cual emplearé si se da una crisis o lo dejaré para mis hijos y personas más allegadas, quiero que te comportes conmigo respetando mis pertenencias así como yo respetaré las tuyas, valorándome por mi esfuerzo así como yo te valoraré por el tuyo”.

Como he dicho este ideal burgués es el que a menudo nos han vendido. No es exclusivamente de ricos, sino que podemos encontrar entre las clases humildes a personas cuyo deseo es ahorrar, vivir de su trabajo y que sus hijos hereden.

Ahora al ideal burgués me dispongo a contraponer otro que podríamos deducir como el utopista: “No siempre he tenido la oportunidad de trabajar, por circunstancias propias o sobrevenidas, no siempre he contado con la oportunidad de ahorrar, pero aspiro a lo que se me debe como persona, por lo que tomaré de ti lo que te sobra al igual que estaría dispuesto a que tomes de mí lo que me sobra en el caso de necesitarlo”.

Esta segunda formulación también cumple con el imperativo categórico. Actúa del modo que quieras que se convierta en ley universal. Pero en este segundo caso la noción de derecho se coarta. O más bien se acota. La propiedad privada queda limitada a lo imprescindible para subsistir. Aparte, no es solo que no se pueda ahorrar, sino que cualquier persona puede tomar lo que consideras tuyo siempre que considere que no te es estrictamente necesario.

En todo caso, he planteado dos leyes que pueden surgir del imperativo categórico:

La primera: respetaré tu derecho igual que tú respetas el mío.

La segunda: tomaré de ti lo que no te sea estrictamente necesario igual que estaré dispuesto a que me lo tomes a mí.

Estas dos formulaciones son la reducción a la mínima expresión lógica de los modelos que he expuesto, el burgués y el utopista.

El primer principio puede ser denominado como el egoísta, o más bien el individualista, el fundamento de independencia. Se basa en la consideración de que toda persona es suficiente en sí misma. Se basa en la consideración de que los derechos solo admiten su extensión. El principio de independencia es a primera vista el más coherente, es aquel que seguramente defendería Kant, y supongo que es aquel en el que piensa Marina cuando habla de que los que sistemas éticos han de conducir a la provisión de derechos. Es aquel en el que se basan la mayoría de los sistemas legales del mundo.

Al segundo principio podría llamarlo de solidaridad, aunque me siento renuente a ello. Sería más bien el principio comunitario, de dependencia. Se basa en la consideración de que no somos seres perfectos, sino que dependemos de los demás. Tenemos limitaciones, necesidades que no podemos satisfacer nosotros solos, sino que tomamos los excedentes de los otros y por este motivo vivimos en comunidad. Incluso, puesto que soy una persona como tú y tengo necesidades como tú, no he de esperar a que me cedas tus excedentes, sino que los tomaré directamente si pienso que a ti te sobran. Parece absurdo, contraproducente. ¿Quién podría querer ceder sus beneficios de este modo? No obstante, es el ideal de muchos de los modelos económicos y sociales alternativos que circulan hoy en día, o han circulado en el pasado, como aquellos del comunismo perfecto, la solidaridad perpetua, la anarquía. No hay derechos. Solo una garantía de un espacio propio constreñido a lo que los demás consideren como estrictamente necesario.

Ni que decir tiene que ambos ideales están confrontados. Por lo tanto, no es tan sencillo como desear que lo que hagamos se convierta en ley universal, porque uno no sabe lo que otra persona puede desear que se convierta en ley universal.

Por esta razón la ética kantiana, por mucho que sea lógicamente consistente, ha fracasado, porque de su propia constitución surgen dos conceptos antagónicos, tanto la constitución de un derecho universal como su limitación y condicionamiento. Deja de ser autoconsistente, coherente, se desdice, se contradice en su propio seno. Por esta razón, me tengo que alejar del pensamiento de Marina o el de Kant, que casi rozan el maniqueísmo, y tendré que buscar más alternativas.

Cabe mucha más reflexión, mucha más meditación sobre el tema. De momento indicar que son solo especulaciones.

 

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