Anonimato


     El objetivo de la meditación es aclarar las ideas, vaciar la mente de lo superfluo para dejar paso a la verdad. Si no existe la verdad, la meditación lleva a vaciar la mente sin más. Hace tiempo, en otra entrada, hablaba de una situación de sobrecarga que durante una época me asedió, de exceso de pensamientos tal que fluían de manera desordenada e indeseada a la conciencia. Empleé la meditación para descargarme, para sanarme.

Ahora resulta que me he vaciado demasiado. Peco de falta de sentido. La conclusión razonable es que podría dejar de existir sin más. Algún día lo haré, y podría hacerlo en este mismo instante. Pero por alguna razón debería considerar que es mejor existir que dejar de existir. Esa es la cuestión. Puede que la vida en sí, su presencia en el universo, a falta de un objetivo, no tenga sentido en cuanto que se compone como el resultado de la organización transitoria en una realidad que avanza hacia la entropía. Dicho de otro modo, un momento de esplendor fatuo frente al abismo del vacío. Sin embargo, si me atengo al ahora, la pregunta es: ¿Cómo quiero vivir? ¿Cómo pretendo que sea mi vida? Y llegar a una respuesta acorde con mis circunstancias. No una fantasía, no se trata de huir de todo, de romper, destruir y comenzar de nuevo. Sino decidir en qué compromisos habría de sustentarse mi existencia. 

Ojalá fuera tan fácil. Tenemos obligaciones, deberes que nos presionan, desde lo personal, lo social, lo orgánico, lo psicológico. Cosas que nos hacen daño sin darnos cuenta. Encabezonamientos, seguir adelante por orgullo, por demostrarnos algo a nosotros mismos y a los demás, resistencias e insistencias que finalmente nos pasan factura. Podría señalar que mi trabajo me hace daño. Es así. Hay ciertas facetas del mismo que me son perjudiciales. Ojalá no tuviera que ejercerlas, pero mi capacidad de decisión es limitada. No está en mis manos desquitarme de dichas tareas. Lo mismo es posible alegar de la familia, de las amistades, etc. 

En realidad siempre se puede elegir. Se puede optar por dejar el trabajo y buscar otro. Puedo escoger por fugarme, cambiar de residencia, abandonar a la familia. Lo primero me lo planteo más que lo segundo. Entraría dentro de la cuestión de escoger prioridades. 

Una manera de afianzar prioridades sería mediante el conocimiento de uno mismo. No obstante, no creo que alguien se pueda llegar a conocer a sí mismo. Reconocer o identificar tendencias quizás. Pero decir que me conozco como la palma de mi mano, hasta el punto de proponerme dentro de una categoría de individuo sería caer en el error de generar una creencia de lo que somos, de otorgarnos un adjetivo, frente a lo que somos realmente: algo complejo y cambiante. Una solución pasa por emplear adjetivos cada vez más amplios. Como el de personalidad cambiante por no decir género fluido, etc. Y nos quedamos tan panchos. Ahí lo he dicho, y me identifico con un adjetivo que en verdad es como no decir nada, con el fin de justificar nuestros caprichos y nuestras veleidades. 

No, lo siento. No somos de personalidad cambiante. Sencillamente respondemos ante las circunstancias, esa es la verdad. Sería posible alegar que ante las mismas condiciones del entorno actuamos de manera diferente. Sin embargo, eso es incierto, porque aunque parezcan similares, las circunstancias nunca se nos aparecen del mismo modo ni con idéntica intensidad. Sencillamente somos máquinas sensibles a las variaciones del entorno, por eso nos comportamos distinto. Lo cual no es un adjetivo, porque todo ser humano cuenta con esta cualidad. Y de emplearse como adjetivo sería un pleonasmo, ya saben, la figura literaria consistente en emplear apelativos innecesarios puesto que el sentido de la frase ya está implícito en el resto de la frase. Como al emplear el “propios” en “Lo veo con mis propios ojos”, o al decir que soy una persona de personalidad cambiante. 

El mundo contemporáneo está lleno de adjetivos. Uno de los más socorridos en los últimos tiempos es el de PAS, persona de alta sensibilidad. Se abre con esto una nueva categoría. Un cielo azul para quienes creen ser diferentes. Cuando hago los test de PAS me sale una puntuación altísima. Pero, claro, las preguntas son tan amplias… ¿La cafeína me afecta? Sí, en exceso. Con tomar un café por la mañana ya corro el riesgo de tener dificultades para dormir por la noche. ¿Los ruidos altos y estridentes me perturban? Sí. 

Sin embargo, con las mismas preguntas y con las mismas respuestas resulta que las personas podemos ser absolutamente distintas. He coincidido con otros individuos que también dicen calificarse como PAS. Hemos paseado por un centro comercial, por el casco histórico de una gran capital en hora punta con la calle a rebosar de gente en la que apenas se puede caminar. Esa persona, respondiendo fielmente a la descripción de PAS, sujeto de alta sensibilidad, decía sentirse agobiada, estresada por la innumerable cantidad de estímulos en forma de ruidos, colores, luces, ambientes… En cuanto a mí me sentía encantado, en mi salsa, cómodo. A lo que mi compañero o compañera me espetaba no sin cierto resquemor: Pero, ¿qué clase de PAS eres tú?

Pues, sencillamente, de considerarme un individuo de alta sensibilidad, sería uno que disfruta con el exceso de información. Con la infinidad de matices que se pueden percibir en el centro de las grandes ciudades. Los colores, los productos, los libros, las ferias, las exposiciones… Por contra me disgustan las reuniones sociales muy grandes donde todo el mundo habla con todo el mundo en realidad sin decir nada, sin concretar, tan solo de pasada entre invitado e invitado, pero a la vez pendientes de ti, por cómo vistes, cómo te comportas. Entonces podría decir que soy una persona que gusta del anonimato. Me encanta rodearme de gente pero solo cuando nadie me conoce, y nadie necesariamente siente la necesidad de estar pendiente de mí o de conversar conmigo, de tal modo que soy libre de observar y de analizar lo que me rodea. Mas, en otras situaciones, disfruto siendo el centro de atención. O a veces ocurre lo contrario. Me aparto, me aíslo, y me ensimismo en mis pensamientos. En función de las circunstancias los resultados son muy variables.

Entonces, ¿qué soy? El resultado de una configuración caótica, de una sucesión de comportamientos y relaciones causa-efecto compleja y sensible a las circunstancias. Estoy hecho un lío, esa es la verdad. Por lo tanto, no sería consecuente si arrojara un adjetivo sobre mí, un calificativo acerca de mi persona. Me parecería de un narcisismo insufrible. En su lugar diría: “Mira mi comportamiento, aprende mi rutina. Después sorpréndete porque en determinado momento no me comporto como crees que tendría que hacerlo”. 

No me percibo especial por ello. Sigo hablando de generalidades, me regodeo empleando pleonasmos. Así es como son todas las personas de este mundo. 

Es más, podría generalizar. Existen cuestionarios, listados de indicadores, que nos informan sobre la clase de individuo que puede ser una persona en función de los resultados. Aplicamos etiquetas e identidades con base a esos indicadores. Diferenciamos, catalogamos, creamos categorías. Y, sin embargo, eso no resta que dos personas dentro de la misma categoría, puedan reaccionar de manera absolutamente distinta ante las mismas circunstancias. 

Solo habría una manera de conseguir que esas personas se comporten y reaccionen del mismo modo. Señalándoles y haciéndoles conscientes de que pertenecen a dicha categoría. 

La imposición de adjetivos es una moda hoy en día. Más bien un acto de violencia política. La persona se siente confusa porque está hecha un lío, y alguien le pone por delante un cuestionario, le señala lo que es en función de las respuestas, y lo mete dentro de una categoría. Le otorga una identidad. Y al hacerlo indica un modo de comportamiento, unas pautas de actuación que serían de menester si de verdad estuviera dentro de esa categoría. Y el sujeto las reproduce de manera mayormente artificial, porque forman parte de su nueva identidad.

La categoría sería como un género, si nos atenemos a lo que nos enseñan determinadas teorías contemporáneas. Bonita contradicción que algo que se opone a los roles tradicionales de género, actúe creando categorías cerradas y divergentes entre sí y profundizando en la definición, en lo que es propio de dicha etiqueta o identidad. Incluso cuando no existe género es un género, porque entra dentro de una categoría: los sin categoría. Y con ello se participaría de un acto de violencia política porque impone un modo de comportamiento y una manera de responder a la organización de la sociedad. Eres de tal modo, eres de los nuestros, pues compórtate como tal, disponte como ejemplo a imitar y responde a las enseñas de nuestro partido. Ya no eres un ser anónimo, perteneciente a la masa indiferenciada, sino que formas parte de los escogidos, con una misión mesiánica destinada a transformar el mundo. Los otros, lo de distinta categoría, son el enemigo. 

La verdad es que adoptar ciertas pautas de comportamiento de cara a la sociedad es algo que creo que no podemos evitar. Porque actuamos en gran medida por imitación. Sí, estoy al corriente de que hay muchos filósofos que critican el actuar por imitación. Michel Foucault hablaba de la normalización que imponen las estructuras de poder; hay una frase de Simone de Beauvoir que asimila la costumbre con la muerte del espíritu. De acuerdo. Pero una cuestión es que yo puedo razonar si determinado comportamiento que sigo es conveniente, y si pienso que no lo es pues lo cambio, pero si la respuesta es afirmativa, me dará igual si lo he acogido por imitación, porque he decidido actuar como tal. 

La verdad es que ser de determinada manera, por mi constitución física, porque detento ciertos rasgos que me impiden o me permiten llevar a cabo acciones que otras personas podrían o no podrían acometer, no es evitable. Mas si he de diferenciarme lo haré por mi comportamiento, por la suma de pautas de diversas fuentes que he acogido, por instinto, imitación o elección, no por mi identidad. Me diferenciaré por mi anonimato, porque no me presentaré como ejemplo a seguir sino como caos andante y cambiante. Podré parecer semejante a otros miles de millones de personas, podré actuar en gran medida por imitación, parecer a tus ojos que adopto un género, que me acojo a una identidad, pero a la vez seré completamente diferente porque las circunstancias a las que me enfrento nunca serán las mismas, o reaccionaré de distinto modo ante ellas. A partir de ahora, no me metas dentro de una categoría que intente definirme intelectualmente, si esta no es universal, si no te incluye a ti mismo, o a ti misma, si no es un pleonasmo. A partir de ahora no te incluyas en una categoría si no me incluye a mí, si no es universal, como por ejemplo persona de personalidad cambiante. Porque al hablar de adjetivos, de etiquetas, identidades, fuerzas a adoptar unos modos de comportamiento que excluyen otras pautas de comportamiento; en otras palabras, fuerzas a hacer honor a la fama. Es una manera con la que se crean diferenciaciones, contraposiciones, enemistades; haces daño a los demás, me haces daño a mí y eso no lo voy a permitir.

Pero claro que todo esto no son más que especulaciones. 



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