Conciencia de clase


 

Hay una historia que nos habla de reyes, de batallas y de conquistas. Hay otra que por contra nos exhorta que la mayoría de los seres humanos que han existido jamás contempló en persona a reyes y emperadores, que las grandes batallas se sucedían de generación en generación, y que en el lapso entre medias la vida se desarrollaba en una lucha cotidiana contra la fatalidad.

En la Edad Media, la manera de conquistar un territorio no era tanto un ejército que vencía al que allí estaba apostado, sino que mayormente consistía en un proceso de debilitamiento continuado. No tanto de los soldados del país vecino, sino como de su población. Se basaba en incursiones de saqueo, en quema de viviendas y cosechas, en coacción y asesinatos selectivos. Esto es, en atentados contra la población. Hasta que la gente se hartaba, fomentaba la inestabilidad, se rebelaba contra sus propios líderes por inacción, y se entregaban a otros líderes para que los defendieran o los dejaran en paz. Esto es, al final no sucedía que un ejército ocupara un territorio, sino que la población que trabajaba, realizaba sus actividades, trataba de llegar a fin de mes, aceptaba como amos a aquellos que los dejaran residir en paz con sus quehaceres y que menos les cobraran impuestos.

Hay una historiografía, de corte marxista, que entiende la historia universal en la oposición entre explotadores y explotados. Los primeros son los propietarios de los medios de producción, los segundos la mano de obra que trabaja para los primeros. Los avances tecnológicos y productivos han cambiado lo que se puede comprender como medios de producción. En la Edad Antigua y Media estos medios eran principalmente la tierra, a partir de la revolución industrial pasaron a ser las fábricas. Entonces cabe hablar de la distinción entre amos y esclavos, entre nobles y siervos, entre patronos y obreros. En la actualidad hay quien indica que esta oposición se perpetuaría entre productores y consumidores. No voy a entrar al trapo de este último asunto.

De lo que sí voy a hablar es que ni qué decir tiene que existen múltiples matices intermedios, que reducir la historia a una oposición entre explotados y explotadores es un claro ejemplo de maniqueísmo, de sumir la realidad a un enfrentamiento entre buenos o víctimas y malos u opresores. Pienso que debemos comprender que aceptar la máxima marxista de que es labor de los explotados acoger conciencia de clase y alcanzar el poder, no es distinto de otro proceso de conquista que se ha venido sucediendo a lo largo del tiempo. Hay una utopía al final de la historia según el marxismo. Los obreros tomarán el poder, implantarán la dictadura del proletariado como paso previo a alcanzar el paraíso igualitario, donde cada cual será tratado acorde a sus necesidades. Pero, es eso, una utopía. La sociedad presenta muchos matices, siempre habrá quien tenga que organizar, que dirigir, quien haya de estar en la cúspide definiendo leyes, dictando órdenes, juzgando los delitos. Y los demás teniendo que transigir de un modo u otro. De este modo, el final de la utopía marxista no es más que un cambio de poder de manos. El Estado, o el Partido Único, formado por antiguos miembros del proletariado, será el que posee los medios de producción, y los ciudadanos como la mano de obra.

Seamos claros. Siempre existirá esta distinción, entre los que se concentran casi exclusivamente en trabajar y en dirigir sus asuntos con el fin de sobrevivir, y los que organizan cómo este trabajo ha de desarrollarse, bajo qué condiciones, con el fin de evitar los conflictos, aprovechar mejor los recursos, o de ponerlos a su disposición. Lo queramos o no siempre habrá una gran masa como la parte del pueblo que se concentra en la economía, en la producción de recursos, y una clase política como la minoría que dirige y gestiona.

Esta la verdadera distinción de clases. No entre explotados y explotadores, entre obreros y patronos, sino entre masa económica y clase política.

La Historia no es la lucha del proletariado por alcanzar el poder, como esgrime el materialismo histórico o dialéctico. Nunca se logrará la síntesis que Marx promulgaba en el paraíso socialista y el final de la historia, sino que la Historia consiste en la búsqueda incesante de equilibrios entre la masa económica en su proceder y la clase política en cuanto a detentar su mando. La clase política es la que cobra tributos e impone su voluntad cuando está en el poder; es la que invade, la que conquista, saquea, destruye y desestabiliza, con sus soldados y sus militantes, cuando no lo está. Es la que adoctrina al pueblo, tratando de convencerle mediante el terror, el miedo o el lavado de cerebro, de que no hay alternativa, con el fin de obtener o conservar el poder. Porque la masa económica, al fin y al cabo, es la que produce y sustenta, aquella que es la mayoría, la que ha de ser tildada como pueblo, y la que tiene en su mano la última decisión acerca de cómo quiere vivir y quién le ha de gobernar.

Como ciudadano constituyente de la masa económica he de señalar que no por ser masa económica es mi característica la pasividad y la despreocupación por la política. Al contrario, pienso en cómo se ha de gobernar, en cómo habrían de ser las leyes deseables, pero mi prioridad no se haya en gestionar y dirigir la sociedad, sino en formar parte de ella atendiendo a mi familia, a los míos, a su sustento y bienestar a través del trabajo y la satisfacción de mis necesidades.

Como ciudadano constituyente de la masa económica, entiendo que cada cual dentro de la sociedad presenta vicisitudes y necesidades diferentes. El pueblo en sí no se personifica con una voz única, sino que se configura como una amalgama de intereses y posturas a menudo confrontadas. Lo único que posee en común las diferentes personas es su interés por vivir bien y resolver sus necesidades. Lo que se podría denominar como búsqueda de la felicidad, aunque no me agrade mucho este término.

Por ello, como ciudadano de la masa económica, he de comprender que el acoger conciencia de clase no es tanto reconocer cuál es mi bando y cuál el enemigo, sino tener claro que la clase política es un mal necesario, alguien tiene que organizar, dirigir y gestionar, mas siendo consciente de mi deber de vigilar y desconfiar de quien gobierne.

Por ejemplo, he de desconfiar del concepto de democracia tal como me lo han dictado. Porque la democracia, del modo como se entiende actualmente, ha sido promovida y caracterizada de acuerdo con los intereses de una minoría política. También, siguiendo esta lógica, habría de desconfiar de todo aquel que emplea la palabra democracia para autocalificarse, autodesignarse o, en las ocasiones en las que se habla de democratizar, tratarlo como pura demagogia que una minoría emplea para dirigirse a la masa.

Quizás, como miembro de la masa, tendría que pensar en otra noción de democracia. El poder del pueblo no se expresa en su potestad para elegir a unos representantes, sino en su capacidad para desarrollar con libertad sus actividades para satisfacción de sus necesidades con independencia de quien gobierne. Y habré de estar atento y vigilante ante cualquier intento de desvirtuar esto.

De este modo, no debo profesar ni caer en el culto a un líder, a una facción política, a un partido, a una ideología. Podré detentar mayor o menor simpatía, pero no por ello dejarme llevar por un discurso bonito y populista en detrimento de lo que me hace libre.

De igual manera, habré de ser crítico ante cualquier postura política que aliente una dependencia por parte de la población hacia su causa. Esto es, que mi desarrollo como ciudadano dependa de determinada figura o ideología política. El objeto del Estado en una democracia debe ser incrementar la autonomía de sus ciudadanos con respecto al Estado.

Aún más, habré de desconfiar de cualquier postura que promueva la división y el enfrentamiento entre los ciudadanos, que introduzca calificativos para quienes no siguen sus ideas, que trate de unir poder político y económico. Esto último significa tanto evitar lo ocurrido en otras épocas donde el poder político era detentado por la minoría patricia, nobiliaria, terrateniente o empresarial, como, de nuevo, el hecho que la concentración de medios y recursos en el Estado conlleve a la dependencia de la población con respecto a sus decisiones y designios.

Finalmente, habré de adquirir sentido de la responsabilidad en cuanto que ser libre conlleva deberes. Conservar y proteger la sociedad, en su diversidad, en su variabilidad. Proteger las leyes que garantizan la libertad de discurso, la libertad de afiliación, de formar una empresa, de trabajar para satisfacer mis necesidades, de no sumirse a la voluntad del colectivo.

Aunque claro que todo esto no son más que especulaciones.

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