Costa alentejana

    Desde España podemos entrar en Portugal por múltiples lugares. Por ejemplo, desde Badajoz por la autovía. Por Olivenza cruzando el Puente Ajuda. Por Villanueva del Fresno y el gigantesco embalse de Alqueva. O por Rosal de la Frontera por la ruta de Aracena y Aroche. Todas estas vías de acceso comentadas llevan al Alentejo, una vasta región que desde la frontera se extiende hasta el mar, y que ocupa todo el sur del país vecino con excepción de la estrecha franja que supone el Algarve de cara al océano. El Alentejo se caracteriza por el interminable bosque de alcornoques. Más de la mitad de la producción mundial de corcho procede de sus extensos dominios. También por su ruralidad, por la escasez de núcleos urbanos de envergadura, con excepciones como Elvas, Évora, Beja, o Portalegre, que en ningún caso superan los sesenta mil habitantes.
    En correspondencia, la costa alentejana sorprende por su escasa explotación turística, en comparación con la megalópolis que ocupa el litoral mediterráneo español, o lo que mismamente vemos en el Algarve. Hay intentos. No es por falta de ganas. Se observa un deseo ferviente por ocupar y urbanizar. Pero, afortunadamente, aunque no es un territorio virgen, queda mucho por construir.
Si me permiten, cuando proceda a hablar de costa alentejana, extenderé un poco el dominio. Desde Sagres hasta el Sado, a pesar de que Sagres, que integra la esquina suroeste conjunto con Carrapateira, todavía es Algarve. Pero, tanto por la naturaleza, el paisaje, como por el nivel de urbanización que se observa, recuerda a lo que vamos a ver más adelante.
    El punto de partida es Sagres. Lugar mítico, legendario. En sus inmediaciones se encuentra el cabo de San Vicente, uno de los pocos puntos geográficos que cualquier hijo de vecino tendría que aprenderse. Solo tomar un plano de la Península Ibérica, y mirar hacia el oeste y hacia el sur. El pico de Portugal en definitivas cuentas. El fin del mundo para los antiguos exploradores, donde la costa, de verse hacia el norte, pasa a contemplarse hacia el este. Durante mucho tiempo no se tenía conciencia de que hubiera algo más allá. Solo agua y nada más que agua.
    Hoy en día no es posible alcanzar ese Finis Terrae a pie. Al menos no del todo. Nos quedamos a las puertas. Se interpone un faro, embutido dentro de una fortificación. Aún así la vista es portentosa. Te dispones de espalda a las murallas. Miras a un lado y contemplas la costa enfilar hacia un punto cardinal. Desvías la vista hacia el otro, y los acantilados se dirigen hacia un destino distinto. El viento es fuerte la mayor parte del año. No se observan apenas playas en las inmediaciones. Tampoco árboles. Todo son altas paredes verticales, y macizos rocosos, con ejemplos de matorral bajo despuntando en su superficie.
    Desde el Cabo San Vicente hacia el este se ve Sagres. Una ciudad de edificios blancos junto al mar. Sin embargo, ninguno de ellos sobrepasa las tres o cuatro plantas de altura, lo cual es de destacar en una localidad marítima en la costa ibérica. Quizás porque adolece de un gran problema de cara al turismo y es la falta de playas. Hay varias calas de pequeño tamaño, pero en su gran mayoría son acantilados en los que golpea el océano rugiente.
    A mi entender el principal atractivo de Sagres es el fuerte, una muralla que cierra completamente por el istmo una pequeña península que apunta al sur. Hoy en día, pagando un módico precio y en son de paz, puedes cruzarla. Adentro reposan las fortificación militares, los antiguos barracones hoy reconvertidos en museos y salas de exposiciones, la ermita, el fortín, los lugares donde se apostaban las baterías costeras, un faro, un laberinto sonoro para ampliar el ruido de las olas, y un páramo yermo de roca con vegetación adaptada al clima del litoral.
    Ojo que mi deseo no es con mi descripción restarle atractivo. El lugar es maravilloso. Un saliente de tierra que apunta al sur, hacia donde tenían puesta la vista los navegantes portugueses en un principio, no hacia América, sino hacia África. Únicamente que, para alguien que sabe un poco de historia, mi sensación mientras recorría el paraje es que no corresponde con la leyenda. El mito indica que hacia 1450, el príncipe Enrique el navegante reunió en aquella península a una cohorte de sabios expertos en las artes de la navegación, con el fin de desarrollar el modelo de un nuevo tipo de barco apto para la exploración oceánica. Y el fruto de aquellos esfuerzos fue la invención de la carabela. Sin embargo, recorría por mi parte el sitio y no paraba de decirme: no se ven calas, ¿dónde están los accesos para bajar al mar? O decir que por ninguna parte se adivinaba lugar idóneo para disponer un dique seco o un astillero para construir carabelas. Todo acantilados, paredes de roca, precipicios arriscados, caídas vertiginosas hacia aguas traicioneras. Así que me puse a investigar por Internet y averigüé que hoy en día muchos historiadores ponen en duda la existencia de la así llamada como Escuela de Sagres. Que fue eso, un mito romántico, un cuento bonito, y poco más. Que no fue allí donde los portugueses dispusieron su ingenio para abrirse paso hacia el Océano.
    En cualquier caso, es un paraje digno de una visita. En las excursiones por el Algarve desde España lo suelen situar como el fin de ruta antes de regresar. La curiosidad geográfica. El pico de la Península. El fin del mundo. Aunque, para nosotros en este artículo, más que fin de ruta es el punto de partida.
Hay varias razones para que la costa alentejana no se encuentre tan masificada. La primera son las comunicaciones. En los extremos, tanto al norte como al sur, hay dos aeropuertos internacionales, el de Lisboa y el de Faro, pero a más de 100 km a suplir en coche, distancia que no creo que muchos turistas de sol y playa estén dispuestos a recorrer. No hay autopistas, ni de peaje ni sin peaje. La mejor carretera es la N120, una nacional de dos carriles con arcén. No obstante, que en muchos tramos se aleja bastante de la costa, tanto que para llegar al litoral hay que desviarse por comarcales de dos carriles sin arcén, y eso las buenas.
    La región está bastante despoblada. Hay muchas aldeas y pedanías, pero las localidades principales no pasan de simples pueblos o ciudades pequeñas. Por ejemplo, señalar que el núcleo de población mas grande es Sines, de unos 15.000 habitantes. Entonces, la conclusión es que no hay una densidad suficiente para con la propia población desarrollar la zona.
    Por otro lado, tenemos la topografía costera. Desde el cabo San Vicente hasta el estuario del río Mira, el litoral está prácticamente monopolizado por altas paredes de roca. No hay apenas playas. Las pocas que se vislumbran responden a dos tipologías. O bien se muestran como pequeñas calas, prácticamente un hilo de arena que permanece entre las olas y los farallones, o bien se constituyen como bancales en la desembocadura de los pequeños ríos. Como, por ejemplo, la playa de Bordeira en Carrapateira, popular entre los surfistas, constituida como un brazo de fina arena en la zona donde el cauce de lo que prácticamente parece más un torrente que un río, en el fondo de un estrecho valle de fondo plano colmatado por la sedimentación, va a dar a un pequeño humedal.
    Lo curioso es contemplar que allí donde hay una playa, por pequeña que sea, por los alrededores se incrustan en el relieve pequeños núcleos de urbanizaciones de casitas. Eso demuestra que, a pesar de las pocas posibilidades de instaurar un turismo de masas, ganas hay.
    Aunque mejor que la masificación permanezca en casa. Frente al litoral destruido por amalgamas de edificios de apartamentos, lo que se está desarrollando aquí es otra manera de aprovechar el potencial del paisaje. No hay playas pero sí acantilados. De todos los tipos y colores. De roca roja, formando pliegues, e incluso rotos en planos de falla perfectos. Recuerdo que en un lateral del cabo Sardao, hay una pared en caída casi vertical perfectamente plana, de una pulcritud apabullante, que da vértigo de mirarla a pesar de contemplarla desde el precipicio de enfrente.
    En cualquier caso, a falta de playas se está fomentando un turismo de senderismo, de bicicleta, de campismo, de moto y caravaneo, alternativo, no tan masificado, más respetuoso con el medio, con largos senderos señalizados, merenderos recoletos y apañados, y paneles de información para reconocer especies vegetales y avícolas. En definitiva, una buena manera de aprovechar los recursos y la brisa del mar sin destrozar el entorno.
    Al llegar al estuario del río Mira la perspectiva cambia. El río Mira es bastante mayor que las salidas al mar de los pequeños arroyos que hemos visto hasta ahora. El relieve sigue siendo abrupto, del tal modo que el cauce se encajona entre altos riscos. Pero la fuerza del mar al adentrarse en el estuario ha conformado a base de milenios hermosísimas playas de fina arena, de un amarillo brillante en contraste con la oscuridad de los acantilados. Un anuncio reza que son las mejores playas de Portugal. No sé si lo serán, pero sí que conforman un pequeño paraíso. A un lado de la desembocadura encontramos la localidad de Vilanova de Milfontes, el primer núcleo plenamente turístico que encontramos. Ya no urbanizaciones sueltas, sino un asentamiento hecho y derecho. Aún así pequeño. Ningún edificio, si no recuerdo mal, supera las cuatro plantas. Pero con supermercados, restaurantes, cafeterías, etc. Vilanova, administrativamente hablando, no es cabeza de municipio, sino que depende de Odemira, una localidad situada en el interior. Mas prácticamente tiene casi el mismo número de habitantes (unos cinco mil), y en verano está claro que los supera.
    A partir del estuario del Mira, la fisionomía del litoral cambia. Sigue habiendo acantilados, pero la costa se vuelve más arenosa, con mayor longitud de playas. Encontramos otros núcleos como Porto Corvo, todavía de un turismo incipiente y sin exagerar.
    Quizás el plato fuerte para el turismo de masas se encuentre alrededor de Sines. En un mapa es fácil reconocer dónde está Sines. Es el mayor saliente que se puede evidenciar desde el cabo San Vicente hasta el estuario del río Sado. En torno a Sines encontramos cuatro núcleos de un peso mayor que lo que hemos contemplado hasta ahora. La propia Sines, Santiago do Cacem, Vilanova de Santo André y Grandola. Aunque en ningún caso se superan los quince mil pobladores. El saliente que forma Sines está circundado de playas. La planicie que queda desde este punto hasta el estuario del Sado es suave y poco abrupta, con gran profusión de dunas en torno al litoral. De hecho, la considerada como playa más larga de Europa, es la que se extiende entre Sines y Troia junto al Sado. En Sines se contemplan apartamentos y hoteles de mayor número de plantas. A poca distancia, se anuncia un zoológico en plan safari en la cercana localidad de Santiago.
    Aún así no es un turismo exagerado lo que se da en la zona. Las urbanizaciones o los apartamentos no suelen llegar hasta el mar. En parte por las reservas naturales debido a la localización de lagunas costeras. También por la otra gran actividad de Sines. Tiene un casco histórico sobre un acantilado de unas pocas calles. Tiene un castillo, con un caserón en su interior, una iglesia de estilo barroco portugués, una estatua de Vasco de Gama, su paisano más famoso y, por lo demás, es una ciudad moderna que, más que por el turismo, funciona de cara al puerto de mercancías, el de mayor volumen de tráfico de toda Portugal. Se pueden ver los gigantescos depósitos de gas y petróleo, los muelles y pantalanes de contenedores, un enorme complejo petroquímico por las cercanías. Más o menos pasa como con Algeciras en España. No es que en los alrededores de Algeciras no haya playas. Solo que entre petroleros, cargueros, industrias, muelles y demás, hay otros lugares más atractivos.
    Para el turista cultural es más interesante Santiago do Cacem. Un enclave de paso en la ruta portuguesa del camino de Santiago. Con su pequeña iglesia en lo alto del cerro, con su relieve escultórico de Santiago a lomos de su caballo en Clavijo, su castillo que contiene el cementerio, su casco histórico, y las ruinas romanas de Miróbriga. No obstante, no considero que sea lo suficientemente singular como para merecer una visita ex-profeso desde cientos de kilómetros de distancia.
    En general, la comarca en torno a Sines es poco atractiva a mi parecer. Seguramente, quien busque playas y sin una masificación exasperante, pueda encontrar un lugar de descanso razonablemente cómodo entre sus localizaciones. Y de paso ir al zoo, a los castillos, subir a la iglesia, visitar el pequeño enclave romano. Pero para mí que no busco playas, en detrimento los acantilados, la naturaleza singular, y los emplazamientos históricos de renombre como Sagres, estos ficam más al sur.
    O hacia el norte. Tengo que reconocer que no exploré lo suficiente el estuario del Sado. Es lo que me faltó. Si toman un mapa y ponen el dedo sobre el saliente casi como una nariz donde se encuentra Lisboa, se ve que hay un significativo mar interior donde desemboca el Tajo llamado mar de la Paja. Si cruzamos desde Lisboa el brazo de mar hacia el sur nos topamos con una estrecha península. Y si atravesamos este cuerpo de tierra en la misma dirección vemos otra gran entrada de agua consistente en el estuario del Sado.
    Posiblemente para un próximo programa informe sobre lo que esconde este cuerpo de agua en los alrededores. Como el brazo de arena donde se encuentra Troia. O las ciudades de Setúbal y Alcácer do Sal.

    Pero, de momento, no son más que especulaciones.

 

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