El dilema de la Unidad


El niño pequeño aprende a contar: uno, dos, tres. Quizás el número más asequible y fácil de aprender sea “uno”.

Yo soy “uno”. No es cierto. Eso lo aprenderá con el tiempo. Yo soy uno pero estoy compuesto de incontables células. El caer en la cuenta de esto, impulsa el siguiente paso para llegar a una conciencia de lo más alto. Puesto que yo soy uno, y constituido de ingentes elementos, todo lo que me rodea, mis familiares, amigos, la sociedad en la que me muevo, la naturaleza, el planeta, el universo, también son elementos constitutivos de algo que es solo uno.

La unidad en este sentido adquiere una connotación religiosa. La Unidad, Dios, el Todo. En los campos de la espiritualidad se suele decir que se avanza en el camino correcto cuando dejamos atrás nuestra individualidad y adquirimos el conocimiento de que solo somos partes de un Todo, de una Unidad, de la que nos hemos desgajado con el propósito de en algún momento volver a ella al finalizar el aprendizaje.

En el anterior programa llegamos a una conclusión similar. A propósito de la Verdad como algo que se ha de alcanzar, dijimos que el Ser por sí solo no puede acceder a ella. Pero sí el conjunto del que forma parte, nombrado con una palabra como puede ser Pueblo, Sociedad, Unidad, el Todo.

El problema de conceptos como Universo, Humanidad o Pueblo, es la experiencia que tenemos de ellos. Las realidades que nombran no son siempre las mismas. Los pueblos evolucionan, las sociedades cambian. En este contexto, hemos de alterar el modo de entender la Metafísica. Si las Ideas platónicas se componen como algo inmutable, inmanente, habremos de irnos a otra manera de comprender el idealismo. Hemos de retrotraernos a comienzos del siglo XIX, a la personalidad filosófica fundamental de George Wilhelm Friedrich Hegel. Hegel introduce un cambio fundamental en la concepción de la Metafísica al revelar que posiblemente las ideas no sean algo inmutable ni eterno, sino que habrán de ser concebidas como entidades susceptibles de albergar un desarrollo histórico. Esto es, evolucionan en el tiempo.

En particular, el ente metafísico sobre el que Hegel vuelca su pensamiento es algo que él denomina el Espíritu, que no ha de confundirse con el alma de una persona. Más bien el Espíritu es la expresión de la Unidad, de la Totalidad, del Absoluto. La globalidad de nuestra sociedad es lo que conforma el Espíritu. El conjunto de individuos que conforman el pueblo.

El Espíritu, como hemos dicho, alberga un desarrollo histórico siguiendo un movimiento dialéctico de tesis, antítesis y síntesis. A la tesis, lo que somos hoy, se contrapone la antítesis como aquello que pone en crisis lo que somos hoy. Y, como resultado de la lucha entre ambos conceptos, surge la síntesis conciliadora como una realidad que permite compatibilizar tesis y antítesis dentro de un mismo todo. En otras palabras, ya no hay enfrentamiento sino un progreso del Espíritu tal que ambas realidades conviven en su interior dejando de ser contrarias. Aquí no termina la cosa. Enseguida la síntesis pasa a ser tesis a la que se opone otra antítesis, y así sucesivamente.

Otras dos nociones vitales a tener en cuenta son, la primera, que, según Hegel, el progreso del Espíritu se encamina en pos de la libertad. Esta idea se encuentra muy condicionada por el tiempo en el que vivió Hegel, tras la Revolución Francesa. La segunda consiste en que el proceso de evolución dialéctica tiene lugar hasta que se alcance el estado que Hegel denomina como de fin de la historia, cuando no haya más antítesis que se opongan a las sucesivas tesis. Entonces el Espíritu se observará a sí mismo y será consciente de su propio ser.

Llegados a este punto podemos intentar compatibilizar lo que hemos visto en los anteriores programas con las tesis de Hegel. Esto es, la cuestión de la Verdad.

El Ser, por sí solo, no es capaz de acceder a la Verdad. Lo hace colectivamente como componente de algo mayor que es el Todo, la Unidad, el Espíritu.

El problema es que si el Espíritu es algo que evoluciona dialécticamente, la Verdad también cambia, no es la misma. Existe una Verdad del momento, y una Verdad absoluta como aquella que se obtendrá en el fin de la historia.

Pero mayor dilema supone confrontar esto con las tesis más controvertidas de Hegel. El Espíritu evoluciona con los individuos como intermediarios. Son las acciones de los sujetos individuales los que conjuntamente hacen progresar al Espíritu de manera dialéctica. Sin embargo, una sola persona no es capaz por sí sola de hacer progresar al Espíritu. A menos que sea una de esas personalidades de la Historia con mayúsculas, como Julio César, Napoleón o Alejandro Magno, como voz o batuta de grandes masas enardecidas por sus decisiones.

A falta de prohombres, la Verdad del momento se expresa a través de las instituciones del Estado. Como sujetos individuales no podemos ver al Espíritu como elemento metafísico. Pero sí que resulta factible entrever su progreso observando las instituciones del Estado. El Espíritu, como el Estado, es algo que se define conforme se constituye siguiendo el procedimiento dialéctico. Las instituciones que lo dirigen en un momento dado son el resultado temporal de ese proceso constitutivo. Y, como expresión del progreso del Espíritu, el deber del individuo es el de someterse a las instituciones del Estado. Puesto que son la prueba material del Espíritu, según Hegel es moralmente reprobable oponernos a ellas. En caso de hacerlo, supondríamos la antítesis contra la que ha de luchar la tesis para seguir evolucionando.

Esta es la noción más conflictiva del pensamiento hegeliano. El individuo no es nada, no supone nada, en comparación con el Espíritu. En el progreso del Espíritu las víctimas son el sacrificio necesario y justificado en pos de la libertad que se persigue en el proceso de evolución dialéctica. Las personas que se oponen son las antítesis, que se enfrentan a aquellos que defienden la tesis. La síntesis muchas veces habrá de conseguirse a base de sangre, a base de dolor y destrucción, justificado porque lo que espera como colofón es la libertad.

Hay que tener en cuenta que Hegel falleció en 1831. No podemos juzgarle desde el presente porque en su tiempo prácticamente no había cabida para conceptos como la solidaridad con las víctimas. Su pensamiento estuvo muy influenciado por Napoleón, el cual, en pos de su idea del poder, sacrificó incontables vidas y destruyó como ningún pueblo bárbaro lo había hecho anteriormente, el pasado. Los miles de muertos en cada batalla, sin contar con el millón de fallecidos que se calcula que hubo en la guerra de independencia en España.

En definitiva, la Unidad, la Totalidad, evoluciona a base de nuestro sufrimiento, como peones en una partida de ajedrez.

Quizás, como alternativa, podríamos tender hacia otro paradigma como es el de la espiritualidad. Plantea la cuestión del Uno de manera diferente. La unidad como algo de lo que nos desgajamos en esta vida, para volver a ella cuando muramos aportando nuestro bagaje existencial como manera por la cual el Espíritu aprende o progresa. Sin embargo, si admitimos esta hipótesis con el Espíritu como algo que no es de este mundo, conlleva el peligro de admitir que lo que no rodea no es real sino que es todo simulación.

Regresando a la noción hegeliana, el pensamiento de este autor en sí no creo que sea de izquierdas o de derechas. Pero sí que supuso el tronco común para las modernas concepciones de ambas tendencias. El pensamiento de Karl Marx estuvo muy influenciado por la dialéctica. Su materialismo histórico y su ideología comunista fueron intentos de explicar el progreso histórico, y la necesaria toma del poder por parte de la masa obrera, a partir de la dialéctica. Incluso el concepto de enemigo del pueblo que más tarde en tiempos de Lenin se acogió, aún más con Stalin, partieron de la noción de las víctimas coyunturales para el progreso del Espíritu.

O qué decir del fascismo, y del nazismo. El pueblo de la nación, alemana, italiana, o la que fuera, contaba con el deber de oponerse al resto de naciones como antítesis para demostrar su supremacía y su derecho a protagonizar la Historia universal.

Hoy en día parece que hemos superado estas tendencias. Asemejase que el comunismo y el fascismo no hubiesen sido las síntesis, sino tesis o antítesis contra las que hubo que luchar para asentar la democracia. Aunque eso no quita que hoy en día sigamos sufriendo nuevas amenazas, otras antítesis. De momento no tan sangrientas, pero probablemente con el tiempo se muestren igual o más virulentas. Como la crispación, la polarización, o la inmigración y la intransigencia de ciertas religiones dentro del sistema mundo. Aunque probablemente la más grave sea la posmodernidad, el concepto de que no hay Verdad sino que depende del punto de vista. Esta noción es capaz de poner en evidencia al propio Espíritu, de destruirlo por completo. Parece la amenaza definitiva. ¿Quién sabe si el fin de la historia dialéctico no se halla a la vuelta de la esquina?

Como conclusión señalar que en este programa de hoy hemos abierto muchos cocos, variados temas con los que ampliar otro día. De momento esgrimir que, como siempre, no son más que especulaciones.

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