El dilema de la Verdad


 

Me hallo leyendo en el salón, con un familiar que ve la televisión de fondo. Atiendo sin atender. Y de este modo, con las palabras de la caja tonta que llegan de manera indirecta, me percato que en la sociedad contemporánea hay una cierta obsesión con la verdad. En un serial sobre crímenes, hay que averiguar la verdad de lo que sucedió. Proyectan una telenovela y los protagonistas debaten sobre la verdad de sus sentimientos.

Una de las cosas que las personas parecen valorar más es la verdad. Se odian las mentiras. Se crea indignación cuando de un cierto hecho parecen surgir varias versiones. Se genera cierta paranoia cuando creemos que no nos están contando tal como sucedió, o se está añadiendo o falta algo. Demandamos la verdad. Nos encolerizamos en pos de la verdad.

La verdad en principio cuenta con una definición clara. Empleando terminología que hemos utilizado en los últimos programas, la verdad podría definirse como la cosa en sí tal como es, sin especular, sin tergiversar, sin desviar un ápice el relato de su naturaleza.

Si nos atenemos a Platón, la Verdad es una Idea, escrita con mayúsculas, inmutable, inmanente, eterna, tal que el mundo, la realidad a nuestro alrededor, se compone como una visión tergiversada de la Verdad, como sombras en la caverna. Esta conclusión es triste, no podemos acceder a la Verdad de manera absoluta porque vivimos entre siluetas de las formas ideales.

Immanuel Kant parece concordar con esta noción. La Verdad es noúmeno, la cosa en sí tal como es, pero nosotros lo que contemplamos son fenómenos, la cosa en sí transmutada por nuestra particular manera de percibir y de razonar el mundo.

La Verdad, de este modo, ha de ser considerada como objeto metafísico. Una palabra, cuya realidad podemos comenzar a entrever, pero no con todas sus consecuencias. Hay una parte de la Verdad que se nos escapa. Una porción que es humo, que trasciende a la experiencia.

Entonces, ¿esta es la conclusión? ¿La Verdad como hecho metafísico nombra algo que en parte nos está vedado evidenciar?

Sigo leyendo en el salón, atiendo sin atender. Mi pariente permanece embobado con la telenovela. De repente escucho una frase que me intriga, una sentencia que los personajes se arrojan envueltos en su sentir amoroso: “Necesitas de otra persona para que te permita entender cuándo te engañas a ti mismo”. Seguramente habré cambiado la frase. Pero el sentido está claro. La soledad nos lleva a engaño. Nos lleva a pensar que las ocurrencias que se nos ocurren sin contrastar son ciertas, y necesitamos de la alteridad para desengañarnos y volver a la realidad.

La pregunta, llegados a este punto, es si esto último que he comentado es cierto. La pregunta devendría: el Ser, por sí solo, ¿es capaz de acceder a la Verdad? Según Platón sí, porque la Verdad está en nosotros, solo que la hemos olvidado. El camino a la Verdad se desarrolla a través de la Anamnesis, recordar lo verdadero porque una vez estuvimos allí.

Jean Jacques Rousseau parece estar de acuerdo con esta tesis. Como buen ilustrado colocaba a la Razón, a la facultad de razonar, por encima de todas las cosas. Aún más, la idealizaba. Fijaros en cómo la concibe: La Razón es la misma para todos los individuos. La Razón es aquello que necesariamente conduce a la Verdad, al saber supremo. Sabemos que ciertamente nos conduce a la Verdad porque la Razón persigue el bien, no el mal. Siempre que arraigue por la senda del bien mueve al sujeto por el camino verdadero. Cuando el ser humano se desvía del camino de la bondad es porque se mueve no mediante su razón sino a fuerza de sus pasiones. Las pasiones son lo que desvía al sujeto de la vía de la Verdad.

Ahora bien, si la razón es la misma para todos los individuos, ¿por qué seres aparentemente razonables, cuando hablan en pos del bien, tienden a razonar de distinta manera y llegar a distintas conclusiones? Si atendiéramos a Rousseau es porque se dejan arrastrar por sus pasiones. La pregunta es, entre el maremagno de sujetos que expresan sus opiniones, ¿cuál de ellos se mueve únicamente por la razón, y cuál además por sus pasiones? Esto es preocupante porque entre la multitud de seres aparentemente razonables con distintas opiniones, quizás uno de ellos posea la Verdad pero no podemos saber quién es porque el resto nos mostramos arrastrados por nuestras pasiones. Aún más, en el hipotético caso de que alguien posea la Verdad, tampoco sería capaz de saber que su pensamiento es el verdadero, porque eso sería pecar de soberbia, y se encontraría movido por sus pasiones. Ante esto tendríamos lo que Simone Weil denomina la “luz interior”. No hace falta que alguien sepa con certeza que lo que percibe es la Verdad, porque presenta la sensación de que así. Pero estaríamos ante las mismas. Si no albergamos la necesaria duda acerca de que si lo que sentimos es ciertamente lo correcto, entraríamos en el campo de la fe, que nos aleja de la razón, de aquello que si se practica bien nos lleva a acceder a la Verdad.

Fijaros que este razonamiento, tal como lo hemos desarrollado, es del tipo “Reducción al absurdo”. Hemos comenzado con una hipótesis: “El Ser, por sí solo, es capaz de acceder a la Verdad”. Pero, al dilucidar sobre este paradigma se ha llegado a la conclusión de su imposibilidad, porque seres aparentemente razonables llegan a distintas conclusiones.

Por lo tanto, por reducción al absurdo, se demuestra lo contrario: “El Ser, por sí solo, no es capaz de conocer la Verdad”.

El propio Jean Jacques Rousseau, a decir de Simone Weil, propuso un mecanismo para alcanzar la Verdad a pesar de estas limitaciones: puesto que nadie es lo suficientemente virtuoso para acceder a la Verdad, pero la Verdad está contenida en todos los sujetos dotados de razón, si todos los individuos de una sociedad expresan su opinión, por compensación, la suma de estas opiniones llevará a la Verdad. En otras palabras, al unificarse los razonamientos, las pasiones tenderán a contrarrestarse entre sí quedando únicamente la razón, que es la misma para todos los sujetos, como el resultado de la ecuación. Este mecanismo es similar a un conocido truco matemático. Si preguntamos a distintas personas acerca de cuántos caramelos hay en un bote, cada una nos dará un número aproximado. Lo curioso es que ninguna de ellas probablemente nos dé el número exacto de caramelos en el bote, pero si hacemos la media aritmética de las cantidades que nos han dado, a cuantas más personas preguntemos, mayor será la aproximación a la cantidad exacta.

En cualquier caso, como corolario de este argumento, obtenemos que el Ser por sí solo no es capaz de acceder a la Verdad, pero sí como parte de un colectivo. O más bien el conjunto de individuos, como ente metafísico, es el depositario de la Verdad. Sería como reconocer que existe una entidad, llamémosla Pueblo, Colectivo, Sociedad, o Espíritu, que, como conjunto de los individuos, posee esa Verdad. Una entidad que nos contiene, que no somos capaces de ver del todo, en el sentido de los árboles que no saben qué forma tiene el bosque. Nos mostramos proclives a entrever que está ahí, y de ponerle un nombre, como pueblo, colectivo o sociedad, pero sin que sea viable denotar su naturaleza del todo. Como persona individual no puedo saber la Verdad que en principio estaría depositado en manos del conjunto, como un Espíritu, un ente que se nombra con una palabra pero sin que pueda darse una definición precisa. En definitiva, un ente metafísico.

Seguiremos razonando en estos términos. La reflexión concluye aquí solo por hoy, pero proseguirá en otro momento.

De momento señalar que, como todo, no son más que especulaciones.

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