La orden de Alcántara


    El puente de Alcántara es uno de los monumentos más imponentes que dejó la antigüedad romana en España. Fue uno de los más altos del Imperio, con algunos de los arcos de luces más grandes que ha dejado la ingeniería antigua. Salva la garganta que forma el río Tajo, en un punto en el que las crecidas son inusualmente grandes. Ha resistido el embate del tiempo y de la naturaleza. Lo único que ha sido capaz de destruirlo, como siempre, es la propia mano del hombre. En concreto los ingleses de Wellington, para retardar el avance de las tropas francesas durante la Guerra de Independencia. Derruyeron un arco, que tuvo que ser restituido unos cuarenta años más tarde.
    Hoy en día queda empequeñecido por el inmenso embalse erigido no muy lejos río arriba. Aún así, es un vestigio de la capacidad de tiempos pasados. Se ha convertido en un referente cultural. Hay una novela ambientada en la Edad Media, de Lion Feutchwanger, titulada “El puente de Alcántara". Y lo es así a pesar de que solo una escena está ambientada en el citado escenario.
    El problema de un monumento tan emblemático como es el puente de Alcántara, es que ensombrece lo que hay en derredor. Como es la propia villa de Alcántara, su historia y su legado. Por ejemplo, hablamos de la Orden de Alcántara, la fundación de monjes guerreros que fue instituida para proteger estos territorios de las razias musulmanas, y más tarde de la enemistad con Portugal.
    La Orden de Alcántara fue una de las muchas arraigadas en el proceso de la Reconquista con el fin de participar en el avance de la huestes cristianas, así como en la posterior defensa de los territorios ocupados. La Orden de Alcántara nació como de San Julián del Pereiro en 1154, en un enclave muy pequeño, apenas una ermita, en las riberas del río Coa. Lo poco que sé es que debía haber muchos perales porque su primer símbolo fue el dibujo esquemático de un peral desnudo. Más tarde, en 1213, tras la conquista de Alcántara, el rey Alfonso IX de León les encargó la defensa de la ciudad recién ganada, al principio como filial de la Orden de Calatrava, por lo que adoptó como símbolo la misma cruz, más de color verde recordando los orígenes entre perales.
    Los territorios de la Orden de Alcántara se distribuían principalmente en dos manchas separadas entre
en lo que prácticamente hoy en día es casi toda la frontera de la provincia de Cáceres con Portugal con excepción de algunas localizaciones de la Sierra de Gata.
    El nombre de Alcántara viene del árabe, y significa “El Puente”, valga la redundancia. Para visitar la capital de la citada Orden siempre es digno de ver como inicio o como final del viaje el puente romano así como el templete levantado en un lateral. Pero sin olvidar lo que resta a ambos lados.
    Como el entorno, el paisaje. Nos encontramos en las proximidades del llamado Tajo Internacional, donde el río hace de frontera entre los dos países. En las riberas del cauce se suceden las pequeñas gargantas y valles con arroyos y afluentes de naturaleza casi salvaje que van a dar al gran caudal. Si nos alejamos nos encontramos con un territorio de estrechas carreteras entre páramos prácticamente despoblados. No obstante, no son grandes montañas, ni amplios bosques, ni lagos envueltos de bruma, pero tiene algo que llama la atención, emociona. El encanto del desierto, o más bien de la estepa. Es un placer recorrer a coche o en bicicleta sus extensiones. La sucesión de planicies con pequeños desniveles hasta donde alcanza la vista, de pasto amarillento entre vetustas paredes de pizarra para delimitar las parcelas. Y cuando se llega a un alto, la ocasión de mirar a la distancia, al horizonte, con una luz diáfana y homogénea que se extiende por la superficie de la tierra.
    Recomiendo, aunque se encuentra a cierta distancia, acercarse hasta el embalse de Cedillo. En un mapa es muy fácil saber dónde está. Solo hay que mirar la frontera de Extremadura y Portugal, y el pronunciado pico que se inserta en el país vecino. Pues eso es lo que uno encuentra en el pico de Extremadura, el embalse de Cedillo, en el lugar donde el río Sever desemboca en el Tajo. El embalse va de orilla a orilla, captando el agua de los dos ríos.
    Recomiendo, una vez de vuelta en Alcántara, rodear por un camino de tierra el fuerte estilo Vauban en la colina, con los puestos de guardias aún enhiestos. Tiene la particularidad de estar compuesto completamente de pizarra, así como de estar colonizado por inmensas chumberas, a las que afortunadamente la cochinilla del carmín no parece haber afectado, tan grandes que algunas tienen cuerpos leñosos de árboles.
    Recomiendo, en época de canícula, darse un chapuzón en las piscinas habilitadas en las canteras, o en asomarse al mirador desde el cual se puede ver toda la localidad, con el puente como conexión que une los dos lados de la garganta del Tajo.
    Recomiendo, finalmente, dar una vuelta por la villa. El trazado es medieval, de calles estrechas, algunas con arcos o volados que las sobrevuelan, con casas encaladas de blanco, con nombres de los antiguos gremios y profesiones que las ocuparon. Algunas casas presentan balcones en las esquinas. Muchas ostentan blasones y escudos nobiliarios. La iglesia de Santa María de Almócovar conserva algunos de los pocos restos de Románico que quedan en Extremadura, en particular las portadas. El antiguo conventual de la Orden se encuentra a las afueras. Hoy en día es un hotel. El nuevo conventual de San Benito, erigido en el siglo XVI con una mezcla de estilos gótico y renacentista, despunta en el centro del pueblo como una maravilla aparentemente fuera de sitio. Uno no espera encontrar en lo más profundo de la Extremadura rural, a más particular en la frontera, un edificio de esta calidad, altura y magnificencia, con gárgolas, escudos de piedra en las paredes, las balconadas y arquerías, y la iglesia enteramente de piedra incluidas las bóvedas de portentosa altura.
    Pero, claro, que esta fue una villa rica en tiempos. La Orden poseía extensos territorios, lo que se llamaban mayorazgos. Los caballeros ejercían las encomiendas, con los campesinos libres que venían a repoblarlas, y los artesanos y comerciantes que se juntaban en los burgos. A partir del siglo XVI, cuando se permitió a los caballeros de la Orden prescindir del voto de castidad y del de pobreza (que no del de obediencia), se erigieron enormes palacios y casas solariegas de rancio abolengo en la localidad.
    Sin embargo, de eso ya hace mucho. Ahora hay un pueblo nuevo en derredor de lo que es el pueblo viejo. En el pueblo nuevo es donde están los negocios, apenas he visto tiendas en la parte vieja. En el casco histórico se encuentra lo que hemos dicho, pero también observar el altísimo número de casas que se venden o en estado francamente deplorable. Incluidos palacios y enormes casonas con sus blasones a la entrada en peligro de derrumbe. O que ya han caído. Hay uno del que solo queda una fachada renacentista perfectamente conformada en piedra, con ventanas que no dan a ninguna habitación, con tan solo el vacío u otras construcciones detrás. En resumen, Alcántara es una maravilla, y es una pena. Espero no herir sensibilidades, pero ojalá sobre Alcántara lloviera una mini masificación turística.
    Me explico. Vista la experiencia en algunos núcleos como Carcasonne o Cordes sur Ciel en Francia. O como Monsaraz en Portugal, o Castellar de la Frontera en Cádiz, Alcántara y muchos otros enclaves podrían ser emplazamientos de comunidades enfocadas al turismo. En pleno debate sobre la turismofobia, es cierto que la masificación turística conlleva subida de precios y la competencia económica por los inmuebles. También en ocasiones la muchedumbre que no deja apenas caminar o disfrutar del paseo. No obstante, sin llegar a los niveles de Carcasonne, apostar por el turismo permite rehabilitar localidades antes de que caigan en el olvido. También permite la existencia de estilos de vida alternativos. No me refiero a hippies. Algún que otro bohemio va a caer, pero más que nada me refiero a puestos de artesanía, comunidades de artistas asentados, servicios de restauración, comercios que normalmente se verían en ciudades más grandes. Pero además albañiles especializados en rehabilitar construcciones antiguas, o en técnicas constructivas tal como se hacía antaño, agricultores que cultivan y venden sus productos de temporada, sin depender de las subvenciones comunitarias, o músicos volcados en recuperar viejas tonadillas y tradiciones orales. En definitiva, conseguir que las rúas con los nombres de los oficios de las antiguas ocupaciones que hubo allí, vuelvan a albergar carteles y dispensarios en los que atender al visitante. ¿Cómo se haría esto? La participación de las autoridades es fundamental, para mantener la imagen tradicional de la localidad. Aparte la inclusión en los circuitos mayoristas, la publicidad, pero además las ayudas a personas creativas dispuestas a asentarse. ¿Por qué no? Es un pueblo con historia, aún no demasiado afectado por el turismo, con mucho que reconstruir, que hacer, con una vida que espera renacer y refulgir, dentro de un territorio que llama al ascetismo y a la meditación. No por nada, estos fueron los escenarios que vieron nacer a San Pedro de Alcántara.
    Claro que, como he dicho, no quiero herir sensibilidades. A lo mejor yo, como simple dominguero de un par de días, no he visto toda la vida que el pueblo detenta. Seguro que ya se han hecho cosas como su inclusión en la red de pueblos mágicos de España. Y más actividades. Ojalá dentro de un tiempo, ya sean meses o años, regrese y vea sus palacios rehabilitados, aunque sea como hoteles y hostales, y algún que otro puesto de artesano con sus productos ondeando en el escaparate.
Como siempre digo, son solo especulaciones.

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