El enigma de la dualidad


 

A veces tengo la sensación de que, programa tras programa, lo que hago es redundar sobre temas que ya he tratado anteriormente. O contarlos de distinto modo.

Por ejemplo, me retrotraigo nada más y nada menos que al segundo, que versaba sobre la dualidad electoral. Definí este fenómeno como la infeliz, caprichosa y cuanto menos curiosa casualidad de muchos procesos electorales, en los que se concluye en una especie de empate técnico, con porcentajes de los contendientes en torno al cincuenta-cincuenta, ganando uno de los dos porque alguien tiene que ganar, pero por tan estrecho margen que resulta inmoral.

¿Por qué inmoral? Porque en una democracia, en el supuesto gobierno del pueblo, un porcentaje cercano a la mitad de la población tiene que ver cómo se impone un criterio que no desean porque el otro cincuenta por ciento así lo estima. Más que inmoral es inapropiado. Como tener dos hijos y entregarle regalos a uno de ellos y al otro nada. Esto lo que conlleva es enfrentamiento, resquemor, odios que terminan por enquistarse. Y el peligro de guerras civiles que sobrevuela en muchos lugares del planeta.

En cualquier caso, lo que vengo a discutir no es tanto la conveniencia de admitir en democracia este tipo de circunstancias, como la tendencia a que se reproduzcan de manera alarmante a lo largo y ancho del globo. La votación por el Brexit sobre un hecho tan fundamental como salir de la Union Europea o no. Los proceso electorales estadounidenses que se resuelven por un estrecho margen. A más decir las elecciones españolas con ambos bloques más o menos igualados. Amén de otros múltiples ejemplos.

Puedo identificar, de manera intuitiva, una serie de circunstancias para que se dé este dualismo electoral. Una mínima libertad de expresión, se garantiza la libertad de voto, la población no vota por reacción, esto es, en respuesta a un hecho gravísimo que pone en peligro su bienestar personal, como guerras, atentados, o crisis económicas funestas que afecten a un altísimo porcentaje de la misma. Y, fundamental e imprescindible, la crispación. Me reservo definir este término y sus consecuencias para otro programa.

De momento hacer un inciso. La francesa Simone Weil fue una escritora y filósofa que vivió en la primera mitad del siglo XX. Murió en 1943, durante la II Guerra Mundial, aunque no a causa del conflicto. Se la apodó la “virgen roja”, por su activismo de izquierdas, pero también por su tardía vocación religiosa que la llevó a contactar con círculos religiosos y místicos incluidos los católicos. Fue autora de variados ensayos en los que la crítica normalmente ha sido unánime. Sus diagnósticos de la realidad son certeros y muy lúcidos y, aunque fueron redactados hace más de tres cuartos de siglo, válidos a día de hoy. Si bien las soluciones que abordó para resolver los dislates pecan de ingenuas e impracticables.

Hay un librito corto, muy rápido y asequible de leer de esta autora que es “Nota sobre la supresión general de los partidos políticos”. En ella se retrotrae a la Revolución Francesa para reconocer los orígenes de la democracia y también la causa de la destrucción de la misma, que no es otra que los partidos políticos.

Un dictamen parecido fue el que yo mismamente hice en otra entrada anterior bajo el nombre de “Personalismo”. Señalé que la Revolución Francesa fue un inicio de algo, pero no necesariamente un buen inicio. Se inició con un ambiente propositivo lleno de esperanza, pero este se envileció con la formación de unos clubes que a la larga dieron lugar a los partidos políticos, como asociaciones de cierre ideológico en torno a un líder, cuyo propósito es lograr y perpetuarse en el poder.

Simone Weil estaba convencida de que debían ser erradicados. Como puede verse no hay nada nuevo bajo el sol. Lo que muchos piensan, incluido un servidor, ya estaba en boga hace ochenta años.

No obstante, el problema es qué situar en detrimento. Se elimina el sistema de partidos, muy bien. Pero, ¿con qué se sustituye? Simone Weil peca de ingenua. Trata de identificar soluciones en conceptos metafísicos, como Verdad o Justicia. No es pragmática. Se le llena la boca de grandes conceptos, en un sentido muy idealista, sin que sea practicable.

Por ejemplo, para llegar a la Verdad recupera el mecanismo que propuso Jean Jacques Rousseau. Nadie está en posesión de la Verdad, pero si pedimos su opinión a cada uno de los ciudadanos, reconocer los elementos comunes y obrar en torno a ellos permite pensar que se está más cerca de la Verdad. Sin embargo, puesto que como dijo el torero “hay gente pa to”, esos elementos comunes se pueden reducir a lo siguiente: la satisfacción de nuestras necesidades económicas. Hemos de ser claros. Hay mucha gente corriente que no se preocupa de política, a menos que afecte a su economía y bienestar diario. Por eso tienen éxito los partidos políticos, porque basan su actividad económica en un campo del mercado laboral como es la organización de la polis y la administración de justicia, en el que muy pocos quieren entrar. La gente corriente vota, y vota a veces sin saber qué está votando, al partido que cree que le es más afín. Por lo común, se ocupa de lo suyo.

Pues, bien, la crispación consiste en un compendio de técnicas para sacar a la población corriente de su ensimismamiento, de hacerla activa. Esto sería positivo si no fuera porque cada partido político trata de hacer esto en su provecho, y para ello suele emplear los mismos procedimientos como presión de grupo y casi lavado de cerebro que utiliza con sus propios miembros para que transijan con las directrices del partido. Se intenta que la población se active, pero no se la deja pensar libremente, más bien que se agrupe en torno a bloques.

Sin embargo, el gran enigma es que, aún funcionando de este modo, se llega a procedimientos electorales en torno al cincuenta-cincuenta. Es contraintuitivo. La mayor parte de los votantes normalmente presenta unas condiciones económicas similares. En función del país hay una gran masa de clase acomodada, o en cambio obrera, etc. Y, sin embargo, hay muchos que no votan lo que lógicamente les correspondería. Empresarios de izquierdas, obreros de derechas, mujeres machistas, hombres hembristas, y un largo etcétera. Al final se producen compensaciones que dirigen la votación hacia un gravoso y poco adecuado cincuenta-cincuenta.

¿Por qué?, es la pregunta. No supe responderla en su momento. Y ahora tampoco se me ocurre. A menos que emplee conceptos metafísicos. Hay algo llamado Pueblo, Comunidad, la Unidad, el Espíritu, que funciona como un todo unificado, y que de alguna manera subvierte las decisiones de sus elementos constitutivos. Genera patrones que no somos capaces de ver, tendencias de organización dentro del supuesto caos.

En su momento definí los entes metafísicos como palabras que se refieren a realidades que somos capaces de entrever en parte, pero no explicar del todo. Como palabras son hipótesis de trabajo. Podemos analizar los elementos constituyentes, cómo están organizados y dispuestos. O podemos remitirnos al todo unificado, y crear un discurso lógico ajeno a la experiencia en torno al mismo.

Pues bien, aceptar el enigma de la dualidad nos lleva a elucubrar que el concepto metafísico Pueblo, o Espíritu, no es una mera hipótesis de trabajo. Sino algo que condiciona. Empuja a la sociedad a un procedimiento cincuenta-cincuenta. Alguien podría decir que, si se trata de una unidad, ¿por qué crea dos bandos contrapuestos? La respuesta es sencilla. Porque el Espíritu es un ente complejo, con una definición imprecisa. Los individuos dentro del mismo somos todos diferentes, con distintas maneras de ser, caminos existenciales, y expectativas divergentes. En cambio, el mecanismo de la crispación en cambio coercitivo y reduccionista. Empuja al individuo a tomar partido, a optar por uno de los bloques de pensamiento. Se liman las diferencias, se igualan la voluntades. Pero como el Espíritu es complejo el resultado no es una unidad, sino que al reducir la diversidad al máximo común divisor lo que se obtiene es la dualidad.

Aparte, hay otra conclusión impactante de admitir este enigma de la dualidad. En su momento se señaló que el Ser, el individuo, no es capaz por sí solo de acceder a la Verdad. Pero sí puede hacerlo colectivamente. No obstante, si la reducción de la complejidad del Espíritu lleva a una dualidad, eso quiere decir que no existe una Verdad excepto la que voy a mencionar a continuación: lo constitutivo del Espíritu es la confrontación.

Por supuesto, recordar que son solo especulaciones.

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